El ritual de prevención es el mismo cada día y, aunque suene aburrido, con esto se garantiza que los cursos extracurriculares sigan siendo presenciales en Quito y Cuenca.
Antes de empezar las actividades, los chicos son rociados con desinfectante; se controla la temperatura y se coloca alcohol o gel en sus manos.
En el interior, en cambio, se vigila el uso correcto de mascarilla, el distanciamiento y el aforo reducido. Estas medidas son primordiales para establecimientos que brindan cursos de gimnasia, básquet o inglés.
La Escuela Formativa de Gimnasia Artística Miltonkar, ubicada en San Rafael, retomó sus actividades presenciales, desde septiembre pasado.
En ese mes se desarrolló un plan piloto y se trabajó con seis niñas del equipo de competencia. El resto seguía en virtual.
En julio de este año lograron habilitar cursos vacacionales y clases de la escuela permanente para niñas y adolescentes, desde 6 a 17 años. Y en agosto abrieron horarios para pequeñas de 5 años de edad.
A la fecha acogen a 60 menores; divididos en grupos de 10 a 15 personas. La mayoría asiste dos veces por semana, explica la entrenadora Doménica Cruz mientras practica los ejercicios con las asistentes.
Ellas acuden con cubrebocas de su elección: tela, quirúrgico o KN95. Llevan una botella de agua y no pueden compartir.
Para ingresar al área de gimnasia deben quitarse los zapatos y colocarse unas sandalias. “Hemos sido rigurosos; no hemos tenido ningún contagio en estos meses”, recalca Milton Pilatásig, administrador de este centro deportivo.
Los padres y madres que acompañan a sus hijos no pueden esperar en la zona de entrenamiento. En el piso superior se colocaron sillas a una distancia de dos metros. Además, hay ventilación.
Gabriela Cajo, de 40 años, acudió el miércoles con su hija Ana Paula, de 10. La madre decidió inscribirla, porque la niña pasó en confinamiento durante este año y medio. Y pasa solo una hora y media en el centro. “Los contagios han bajado y el tiempo de exposición no es alto. Estoy tranquila”.
Franklin Lucero, de 40 años, opina igual. Él es padre de Saori, de 9. La niña comenzó clases en julio y está feliz. “Se cumple con todos los protocolos”.
Para Fernando Aguinaga, presidente de la Sociedad Ecuatoriana de Pediatría, reactivar estas actividades es positivo para el desarrollo del niño. Ellos han presentado una enfermedad leve; tampoco hay un número elevado de casos.
Al 25 de agosto hubo 18 273 diagnósticos positivos en chicos, entre 0 y 14 años. Representan el 3,7% de los 500 084 contagiados a esa fecha.
Sin embargo, la alerta de cumplir las medidas de bioseguridad de forma estricta es constante en estos centros. Por ejemplo, se debe vigilar que la mascarilla cubra boca y nariz.
Los padres y madres tienen que conversar con sus hijos sobre la importancia de no saludar al otro con besos, abrazos o apretones de mano. “La distancia es uno de los consejos más efectivos para evitar contagios de covid-19”, añade Aguinaga.
A esto se suma el control de los aforos. En el centro de inglés Stanford se reactivaron los cursos en julio pasado con los vacacionales. Comenzaron con grupos pequeños de cuatro personas, entre 8 y 12 años. El resto seguía en virtual.
En este mes habilitaron los talleres para adolescentes, con un aforo de seis y ocho personas. En el interior están separados por un metro y medio de distancia y se realizan actividades en exteriores, dice Paula Payo, directora del instituto.
Medidas de bioseguridad similares se aplican en el Centro de Preparación Cepremir. Se dictan talleres de inglés y de nivelación. Trabajan con 12 alumnos; repartidos en grupos de cuatro y cinco personas.
Al igual que en Quito, en Cuenca, sur del país, se observa que, tras la disminución de contagios, los profesores optaron por el regreso progresivo a clases extracurriculares.
El pasado lunes, Lorena Alvear incorporó a su hija Isabel, de 13 años, a las clases presenciales de inglés. En esta academia lleva tres años y le gustaba mucho este idioma porque aprendía más rápido, con relación a lo que veía en el colegio.
Pero Alvear contó que en los últimos cuatro meses del año anterior lo veía cansado, desmotivado y aburrido de las clases. “No realizaba las tareas y su rendimiento bajó”.
Por estas reacciones, esta madre prefirió que su hijo retome las clases presenciales, no sin antes informarse y constatar las medidas de bioseguridad. “Me tranquiliza que hay hasta siete niños por aula y espacios para desinfección”.
Para Joaquina Álvarez, otra madre, es innegable que en lo presencial los estudiantes aprenden más contenidos, desarrollan habilidades sociales y emocionales, hacen ejercicio y tienen acceso a otros servicios que no pueden implementar en lo virtual.
Raúl Ortega es dueño de una academia de básquet en Cuenca. Dice que la situación debe normalizarse y es tan necesario porque los chicos deben socializar, aprender a defenderse y lidiar con sus problemas.
En estos días ha visto cómo los padres empiezan a tener confianza en clases presenciales. Antes de la pandemia, su centro recibía a 140 estudiantes y en la actualidad, a 80.
Para ingresar se desinfectan el calzado y las manos. Los graderíos, baños, balones y casilleros se limpian previamente.
Los chicos se entrenan en grupos y en diferentes canchas. En la mitad de la jornada, cuando los estudiantes se van a hidratar, vuelven a desinfectar los espacios. “Si todos nos cuidamos el virus no llegará”.