El árbol con los coloridos adornos y la representación del nacimiento de Cristo no habían faltado hasta este año. Se instalaban los primeros días de noviembre en la casa de Jorge T.
Su hija única, de 12 años, era la que más disfrutaba de la fecha. Recibía todas las atenciones y regalos. Para esta Navidad, su madre le había ofrecido de regalo un par botas para el frío. Pero una tragedia alteró los planes.
fakeFCKRemoveA mediados de noviembre la madre falleció de forma repentina mientras daba a luz a su segundo hijo. Tuvo una hemorragia y los médicos le diagnosticaron preeclampsia. La recién nacida logró sobrevivir, pero la pérdida desmoronó a la familia. “Me hace falta todos los días y la pienso siempre. No entiendo por qué tuvo que ocurrirnos a nosotros”, se lamenta Jorge T.
Adriana Pavón, psicóloga clínica, explica que este padre no solo ha tenido que enfrentar el duelo por la pérdida de su pareja, sino también la presión de los sentimientos que despierta la Navidad. “En nuestra cultura la concebimos como sinónimo de unión y si eso nos falta nos deprimimos. Esto incluso puede generar un cuadro de depresión grave que a veces requiere de tratamiento farmacológico”.
Jorge T. asegura que su trabajo como obrero de la construcción no le deja dinero suficiente para poder acudir a terapias, como se lo han recomendado. Además, tiene que cubrir los gastos básicos de sus dos pequeñas y preocuparse de su cuidado y salud.
Su primera hija no ha dejado de llorar desde lo ocurrido; no se alimenta de forma adecuada y se ha aislado del resto de personas. Pavón asegura que cuando una persona pierde a un ser querido pasa por varias etapas: la negación, añoranza, ira, dolor y la aceptación (ver infografía). Cada persona asume la pérdida de forma diferente y no existe un tiempo definido para cada etapa. Depende, en gran parte, de la predisposición del paciente.
Milbert Beltrán, de 42 años, asegura que aún es demasiado pronto para recuperarse de la pérdida de su abuelo. Él apenas falleció la semana pasada por causas naturales. Tenía 90 años.
La noticia la recibió vía telefónica y no pudo acudir al velorio porque se encuentra en el extranjero. La distancia, dice, ahondó el sufrimiento. “Quise salir corriendo con las maletas de acá (Brasil) y no pude. Me duele mucho no haber estado con él y la familia”.
Enrique Aguilar, especialista en salud mental, asegura que hay las personas que buscan refugio en la ingesta de licor o de otras sustancias psicotrópicas.
Esto, sin embargo, puede ser más perjudicial, porque se maquilla el dolor y no se lo enfrenta. “Se deben procesar las pérdidas y rescatar todo lo bueno que el paciente ha compartido con el familiar que se ha ido”.
Cuando se produce un divorcio, o el rompimiento de una pareja de novios, las personas también experimentan una forma de duelo. Pamela M., de 28 años, aún no puede creer que su novio haya terminado la relación de casi cuatro años. Ocurrió la primera semana de noviembre pasado. El novio retornó de unas vacaciones fuera de la ciudad y le dijo que necesita tiempo para pensar si debían seguir juntos.
“Yo le dije que no creía en eso de darnos tiempo y él me respondió: si no cree en eso, entonces terminamos”. La joven asegura que ese día se marcó un quiebre en su vida. Dejó de alimentarse adecuadamente y pasa la mayor parte del tiempo dormida. “Es el único momento en donde no siento dolor. Por como se dieron las cosas me quedaron muchas preguntas en el aire y sigo sin entender por qué tuvo que pasar”. La época de Navidad no la ha ayudado. Dice que en la calle se deprime al observar a las parejas comprando regalos o almorzando en los centros comerciales. “Siento que el amor por él sigue intacto y quisiera que todo volviese a ser como antes”.
El piscólogo Byron López asegura que en estos casos se deben agotar las posibilidades de reconciliación entre la pareja, con terapia o conversaciones donde se identifiquen los problemas.
Si la ruptura es definitiva se debe cubrir el espacio emocional que queda con actividades que ocupen el tiempo libre (deporte, trabajo, estudio, etc.). Además, se debe buscar el apoyo familiar y, si la persona siente que la depresión sobrepasa sus capacidades, también ayuda de especialistas.
Pamela M. está en tratamiento desde hace un mes y asegura que desde enero se trasladará de Quito a la Costa, para vivir en la casa de sus padres. “Ya renuncié al trabajo y quiero tratar de empezar de nuevo; curar las heridas y estar entre los que me quieren hasta que pase el dolor”.