Rock, graduado de la Universidad de Cambridge y obsesionado con la poesÃa, lector de Baudelaire y Rimbaud, de Kerouac y Ginsberg, vio en los músicos de su generación a los lÃderes de una revolución libre y fue detrás de ese grito eléctrico.
Las paredes de nuestros cuartos estaban cubiertas con pósteres de rockeros. Eran afiches grandes que comprábamos en tiendas de música, páginas de revistas que conseguÃamos en algún viaje y que buscábamos solo para arrancarles las fotos, y hasta recortes de periódicos que se ponÃan amarillentos. Todo se valÃa. Esa gente nos representaba. Esa gente hablaba por nosotros porque nosotros todavÃa no sabÃamos qué decir pero sà qué escuchar y los escuchábamos a ellos. Esa gente nos prometÃa una vida con la que escapar de nuestra propia vida, un mundo fuera de este mundo. Porque al menos eso lo tenÃamos claro: querÃamos salir corriendo, correr sin parar, correr y llegar hasta cualquier lugar que quedara lejos de donde estábamos.
QuerÃamos ser como ellos, transformarnos, convertirnos en algo asÃ. Pero estábamos encerrados, atrapados, presos: tenÃamos que ir al colegio y vivir con nuestros padres aunque no quisiéramos hacer ninguna de las dos cosas. Y lo único que nos quedaba era ver esas fotos como si detrás de ellas estuviera el sol.
‘SHOT!’ es un documental dedicado a la vida de Mick Rock, el fotógrafo británico conocido como el hombre que capturó los setenta, Ãntimo colaborador de piezas clave en la historia del rock and roll, como David Bowie, Lou Reed e Iggy Pop. Aunque no lo supiéramos antes, el trabajo de Rock, que se inauguró con la portada del primer álbum del mÃtico Syd Barret, ha estado presente en nuestras vidas desde hace mucho, ligado a nosotros por un vÃnculo sentimental a veces desesperado, a veces rabioso, siempre comprometido, y quizás en algún momento hasta nos marcó y señaló nuestro camino: a él le debemos las portadas de varios discos que llegaron para salvarnos cuando todo parecÃa perdido, discos que también nos entraron por los ojos y que nos sacudieron hasta despertarnos. Rock, graduado de la Universidad de Cambridge y obsesionado con la poesÃa, lector de Baudelaire y Rimbaud, de Kerouac y Ginsberg, vio en los músicos de su generación a los lÃderes de una revolución libre y fue detrás de ese grito eléctrico.
Nada era suficiente. Si tú tenÃas un póster que yo querÃa era capaz de venderte mi alma por él o hasta de robártelo aunque luego tuviera que guardarlo y mirarlo solamente a escondidas, cuando nadie más pudiera verlo ni verme a mÃ. El que más tenÃa, al que no le quedaban rincones libres en el cuarto porque lo habÃa forrado todo, era el más bacán. Los negociábamos como cromos y traficábamos con ellos y abusábamos del poder cuando sabÃamos que tenÃamos uno que todo el mundo andaba buscando. Los pegábamos y los despegábamos, los cambiábamos de lugar a ver dónde quedaban mejor, dónde significaban más, o reunÃamos todos los de una misma banda y hacÃamos un altar pagano y sagrado al que le rezábamos dÃa y noche pidiéndole que los espÃritus nos poseyeran de una vez y para siempre. La música sonaba alto, fuerte, duro. Nosotros temblábamos con los ojos cerrados, aullando como si estuviéramos heridos o perdidos y quisiéramos que alguien nos encontrara. Y nos parábamos frente a esas fotos como si fueran espejos.
La vida de Mick Rock parece la de un rockero arrojado contra su propio talento, traicionado por su propio destino, envuelto en su propia maldición. Empezó trabajando por muy poco dinero, luego se hizo conocido -casi famoso– y los músicos que estaban definiendo la época comenzaron a buscarlo y a confiar en su mirada, una especie de amplificador de la personalidad que los hacÃa verse como querÃan verse y como querÃan que otros los vieran: en un momento del documental se escucha a David Bowie diciendo que los Ãdolos como él son fantasmas, falsos profetas, dioses imaginarios, y que Rock habÃa creado sus efigies. Después, radicado en Nueva York, donde vive hasta ahora, el fotógrafo se volvió el cronista oficial de la escena, hizo portadas para los Ramones y Talking Heads, para Blondie y Joan Jett. Y de pronto todo lo que le pasaba fue demasiado: demasiadas fiestas, demasiados amigos, demasiadas mujeres, demasiadas noches sin dormir, demasiado trabajo, demasiadas fotos, demasiada cocaÃna. Mick Rock iba tan rápido que solo podÃa estrellarse.
Nos vestÃamos como ellos, con jeans rotos y botas y camisas-manga-larga de franela, aunque hiciera un calor mortal. Pero la verdad es que a nadie le salÃa. Éramos muy gordos o muy flacos o muy altos o muy bajos, y ninguno tenÃa el pelo largo porque en la casa no nos dejaban y en el colegio tampoco. Nada de eso importaba, querÃamos parecernos a las fotos que tenÃamos pegadas en las paredes de nuestros cuartos y actuábamos como si alguien nos hubiera estado persiguiendo con una cámara. TenÃamos una banda y tocábamos todo lo que nos gustaba aunque no le gustara a nadie más y nuestros pocos conciertos estuvieran siempre vacÃos. SubÃamos a los escenarios y tratábamos de movernos como ellos, de explotar, de estar vivos entre los cadáveres que nos cercaban y querÃan ahogarnos, y peleábamos contra el miedo que a veces nos paralizaba y nos dejaba tiesos como estatuas. Al final, acostados boca arriba, rodeados de esas fotos y de esa gente que nos devolvÃa la mirada, sabÃamos que habÃamos encontrado la verdad.
A principios de los noventa, Mick Rock estaba consumido por sus vicios, su carrera se habÃa extinguido por completo y lo único que hacÃa era intercambiar copias de sus fotos más famosas por los gramos de cocaÃna que pudiera conseguir. El gran fotógrafo del rock era solo una leyenda y más tarde, en 1996, cuando tenÃa casi 50 años y seguÃa paseándose por el lado salvaje, sufrió una serie de ataques cardÃacos que casi lo desintegran.
Pensando en ese momento, y recordando el aliento de la muerte sobre su cara, Rock hace una declaración de principios que quizá sea lo mejor del documental: dice que podrÃa haber evitado todo lo que le pasó, pero que entonces aquella no serÃa su vida. Nada más rockero que eso. Ahà está, si se quiere, el genio de Mick Rock, un hombre que se arriesgó a descubrir su historia y aguantó los giros que el destino le tenÃa reservados. No todos se atreven. No todos pueden. No todos lo hacen. Él lo hizo y supongo que por eso sus fotos transpiran un espÃritu desenfrenado.
Mick Rock volvió de la muerte y sigue trabajando, ahora con músicos como The Black Keys, Pharrell y Daft Punk, controlando con sus ojos los sonidos de otro siglo, y sus fotos son exhibidas en museos alrededor del mundo. Al final de ‘SHOT!’, este sabueso del rock dice que ellos, que querÃan ser rebeldes, terminaron convirtiéndose en la cultura oficial, que quizás eso signifique que perdieron. Pero no: ganamos.
 *Editor adjunto de la revista Mundo Diners .