María Elena Morales instaló en su casa en la comunidad de Peguche un pequeño taller para elaborar alpargatas. Foto: Francisco Espinoza/PARA EL COMERCIO
Los viejos oficios de las comunidades kichwas de Imbabura están en retirada. Se trata de actividades como la elaboración de velas, platos de cerámica, alpargatas de cabuya, cedazos de crines de caballo, piedras de moler…
Carmen Tambaco es una de las últimas artesanas que hace velas adornadas con flores, que también son de parafina, en la comuna de Calpaquí, Otavalo.
Estos cirios son uno de los elementos infaltables en las celebraciones como el Inti Raymi, la entrega de la Rama de Gallo o el Wasipichay (Limpieza de la Casa, en español).
Esta dama kichwa, de 60 años, aprendió el oficio de su padre Manuel, ya fallecido. Es la única de cuatro hermanos que continúa con la tradición.
Rememora que su progenitor recorría iglesias de Otavalo, Cotacachi, Antonio Ante e Ibarra, para recolectar la cera derretida al pie de altares de santos y vírgenes. Con el material reciclado elaboraba las velas denominadas “achicoceras”.
Ahora, añade, las barras de parafina las adquiere en Quito. Desde el año pasado las elabora en un tamaño más grande, de unos 40 centímetros. Cada una cuesta USD 10.
En las vísperas de las festividad, la casa de Carmen Tambaco recibe la visita de priostes o padrinos, comenta Ramón Burga, uno de los hijos de la hábil manufacturera.
Sin embargo, la mujer que luce ropa tradicional de los kichwas de Otavalo se lamenta que sus hijos no muestren interés por tomar la posta al oficio que dio fama a esta familia.
Algo similar sucede con José Tambaco León, en la vecina parcialidad de Calpaquí Bajo.
Este kichwa, quien es más conocido como ‘Taita soldado’, a sus 88 años sigue confeccionando velas de sebo.
Explica que estos singulares cirios son preparados con grasa de res. El proceso es simple: hay que diluir la manteca en una paila de bronce y luego se coloca en moldes circulares.
“Esta especie de ungüento, que tiene un color blanquecino es recomendado para fracturas y dolor de los huesos”, asegura. Las 20 velas las comercia en USD 0,80.
Otra artesanía que va desapareciendo es la del calzado elaborado con cabuya. María Elena Morales es una de las últimas fabricantes de alpargatas de la comuna de Peguche.
Es ingeniera comercial de profesión, por lo que en su tiempo libre labora en su taller.
Lo que no quiere es dejar que se pierda este quehacer que lo heredó de su padre, Francisco, que murió hace tres años.
El progenitor contaba que la confección de esta prenda, que es parte de la indumentaria indígena, aprendió por cuenta propia.
“Compró un par de alpargatas y las desarmó para saber cómo eran elaboradas. Desde ahí siguió la tradición”.
Tenía un espíritu emprendedor. Inició su carrera en la época en que los indígenas acostumbraban a caminar descalzos, rememora la hija.
El laborioso proceso de tejer las doradas fibras, que se extraen del penco, incrementa el precio del producto final, señala Morales. Ella teje hasta un par diariamente.
Por eso, el calzado de cabuya se vende entre USD 25 y 30. El precio final depende de los acabados. En tanto, las de plantilla de caucho valen 5.
Quizás por eso estas últimas tienen mayor demanda en el mercado local. Sin embargo, Morales asegura que su calzado tiene un toque distinto.
Una suerte parecida corren los artículos de cerámica. En la comuna kichwa de Alambuela, en Cotacachi, sobreviven las últimas alfareras. Esta localidad es famosa por la destreza de sus mujeres para confeccionar platos y tiestos de barro.
Hoy solo tres mujeres conservan esta tradición. Una de ellas es María Lanchimba, que ha dedicado 35 de sus 50 años a amasar y coser este tipo de utensilios rústicos.
Las arcillas, blanca y amarilla las extrae de la parte alta de la parcialidad. “Para hacer los platos pisamos y amasamos el barro hasta obtener una masa suave, parecida a la del pan”.
Los allpaplatos se utilizan para servir la denominada boda, que es un caldo elaborado con harina de maíz y carne de cerdo o cuy. También, el champús. Esta mujer indígena recorre comunas vecinas para vender los tiestos, en USD 5 y 7.
Para Alfonso Cachimuel, estudioso de la cultura Kichwa, varios de estos oficios van desapareciendo por la influencia del modernismo.