Efraín Jara Idrovo, el poeta de los mundos cíclicos

Efraín Jara Idrovo, durante el Festival de la Lira del 2007, en Cuenca. Foto: archivo / EL COMERCIO

Efraín Jara Idrovo, durante el Festival de la Lira del 2007, en Cuenca. Foto: archivo / EL COMERCIO

Efraín Jara Idrovo, durante el Festival de la Lira del 2007, en Cuenca. Foto: archivo / EL COMERCIO

Efraín Jara Idrovo estaba convencido de que la vida era una sucesión de ciclos cósmicos poblados de continuos comienzos y finales. Por eso, un día, sin ningún empacho, decidió, en una especie de ritual de purificación, quemar todo lo que había escrito desde los 18 años para comenzar de nuevo.

Para este nuevo inicio, la génesis de su obra más conocida, escogió mudarse de su natal Cuenca, esa de la bohemia y de los amigos, a Floreana, la isla más pequeña del archipiélago de Galápagos, donde se dedicó a la pesca, a dar clases y a leer a autores como Eliot, Pound, Rilke y Valéry, escritores que estaban fuera del radar de otros poetas locales.

Desde entonces, el paisaje insular comenzó a poblar sus poemas. La roca y el mar se convirtieron en elementos recurrentes de una lírica cargada de metáforas sobre la vida y la muerte. La crítica literaria Daniela Alcívar Bellolio sostiene que su poética de esos años -décadas de los 50 y 60- evidencia que el autor estaba muy cercano al mundo de las evidencias y de la materia.

De esa época son ‘Ulises y las sirenas’, ‘Mano en el agua’ o ‘Perpetuum mobile’, textos donde la metáfora es esencialmente marina y en donde el continuo movimiento del mar representa la verbalización de su idea de que todo muere pero de que todo, de alguna forma, vuelve a nacer.

Tras la muerte de su hijo Pedro se distancia, por unos años, de esta idea de la renovación continua de la vida y de la materia que germina y que se transforma. Su obra poética comienza a poblarse de una sensibilidad más oscura, donde el sinsentido de la muerte es el protagonista. A criterio de Alcívar, el poeta pasa de un mundo cósmico a uno más existencialista vinculado a la ausencia y a la desaparición.

De esa tristeza profunda e insondable que a un padre le puede provocar la pérdida de un hijo emerge ‘Sollozo por Pedro Jara’, uno de los poemas más potentes de la lírica ecuatoriana del siglo XX. El pedrovenasderoca y pedrohuesosdepedernal que había engendrado se había convertido, un día, en pedroarena, pedroespuma, pedrohojarasca.

“¡hijo mío!/azotado salvajemente por la desesperación de las olas/parecías cincelado en granito/hechoparaenpiedraendurar/hechoparaperdurar/ entre la frenética agitación de las aguas/ pero todo cuanto se enciende en el corazón o en el tacto se infecta de perecimiento”.

En ‘Sollozo por Pedro Jara’ también se evidencia el interés del poeta por los estudios estructuralistas. Además de los versos para este texto escribió una serie de propósitos e instrucciones para el lector, donde sostiene que el poema constituye una estructura global de 363 segmentos versales y cuyos modelos para la organización de la materia verbal son el Estudio XI para piano de Karlheinz Stockhausen y la Tercera sonata de Pierre Boulez.

“Sollozo por Pedro Jara’ -dice el autor- es, pues, producto de una exacerbada laboriosidad de hormiga, de una apasionada paciencia de artesano, dilatada a lo largo de más de un año de trabajo empeñoso”.

En ‘El tiempo, la muerte, la memoria: ensayo sobre la poética de Efraín Jara Idrovo’, María Augusta Vintimilla, alumna del poeta, sostiene que en ‘Sollozo por Pedro Jara’ reaparece el mito del origen que comenzó en las islas Galápagos pero “esta vez como escenario para la fundación de la palabra. El padre en busca del nombre es una figuración del poeta en busca de la palabra”.

La angustia por la desaparición de su hijo no logró quebrantar su pasión por celebrar la vida y de regocijarse en el mundo erótico, otro de los motivos recurrentes en su obra. En ‘Añoranza y acto de amor’ se lee: “La insolente vaciedad de los gritos en los estadios/sepultaron mi corazón en polvo de herrumbre/ (pero el rayo agazapado en las sienes)/pero tu vulva tapizada de flores y de llamas/ y entrar salir de ti/entrar salir de ti/entrasaliendo en ti/salirentrandoenti”.

Esos ritos de la vida cotidiana que exalta encuentran un espacio de comunión en ‘El almuerzo del solitario’, otros de los grandes textos de su obra. En este poema toma distancia del mundo cíclico por el que ha navegado para narrarlo y al mismo tiempo narrarse y decirse: “Así te quise ver/viejo y roñoso amigo Efraín”. Aquí Jara Idrovo se distancia de la idea del principio y el final para colocar en primer plano imágenes más terrenales.

Esta idea de verse y narrarse se vuelve más recurrente en los poemas que son parte de los últimos años de su producción literaria. La mirada de Jara Idrovo se vuelve más reflexiva y contemplativa en relación a su propia existencia. Esa que durante sus años de juventud, donde el norte de los poetas estaba en los paisajes de París o en el de los Andes, se desvió hacia un archipiélago lleno de piedras, arena y lava.

A mediados del año pasado, en medio un homenaje que le realizaron exalumnos, poetas, amigos y familiares, se presentó ‘Perpettum mobile’, una antología que es parte de la colección ‘El almuerzo del solitario’ publicada por el Centro de Publicaciones de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE). En esta obra se incluyen poemas de ‘Tránsito de la ceniza’ y una reproducción de ‘Sollozo por Pedro Jara’ en el formato de su edición original en una página gigante y doblada, lo que permite que el poema se despliegue en su totalidad ante los ojos del lector.

En ‘Epitafio para Efraín Jara’, uno de sus últimos poemas, el autor dice: “Halcón arisco, tigre solitario/yace en cenizas quien domó el relámpago/jamás ambicionó fama o fortuna/ni éxito ni lisonjas lo ofuscaron”. Sin embargo, hasta antes de su muerte, el 8 de abril pasado, este escritor era considerado -con razón- el poeta vivo más importante de la literatura ecuatoriana.

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