Una feria concentra a artesanas de la shigra

Los indígenas llegan para vender sus artesanías en el centro de Ambato. Foto: Modesto Moreta / EL COMERCIO

Los indígenas llegan para vender sus artesanías en el centro de Ambato. Foto: Modesto Moreta / EL COMERCIO

Los indígenas llegan para vender sus artesanías en el centro de Ambato. Foto: Modesto Moreta / EL COMERCIO

Todos los lunes en la esquina de las calles Tomás Sevilla y Juan Benigno Vela, en el centro de Ambato, se llena de colorido y de bullicio.

Un grupo de mujeres indígenas y campesinos llega de Simiatug y Cuatro Esquinas, en Bolívar, y Atahualpa, Quisapincha, Salasaka y Chibuleo, en Tungurahua, para vender sus artesanías en la denominada Feria de las shigras.

A las 07:30, la actividad económica está instalada. Decenas de personas vestidas con anacos, bayetas, blusas blancas y sombrero de paño ofertan los bolsos tejidos con cabuya y decorados con un sinnúmero de figuras como rombos, rayos...

La voz de decenas de mujeres se confunde con la de los vendedores informales que instalaron puestos improvisados cerca al mercado Modelo. El intenso movimiento caracteriza al sector comercial de la urbe ambateña.

Carmen Silligana es una de las mujeres indígenas que asiste cada 30 días para vender las shigras que logra tejer. El lunes pasado promocionó dos bolsos grandes y dos pequeños decorados con colores vivos. La artesana dedica 50 de sus 65 años a la confección de estas prendas en su taller, localizado en la comuna Putugleo Grande de la parroquia Quisapincha, a 25 minutos de Ambato.

El septuagenario conversa que en esa esquina del mercado cada lunes, hace más de 50 años, se transforma en un gran almacén donde se oferta este tipo de artesanías que utilizan las jóvenes de las comunidades indígenas de Quisapincha, Salasaka, Chibuleo, Pilahuín y Tomabela. “Este trabajo me enseñó mi madre cuando tenía 15 años. Nosotros tratamos de mantener la tradición, pese a que los precios no son buenos”, se lamenta Sillagana.

Cerca está Celia Chimborazo que llegó de la parroquia Simiatug, en Bolívar. Cuenta que dedica una a dos horas al día para dar la forma redondeada a la prenda. Los otros días labora como jornalera agrícola y cobra USD 15 diarios.

Emplea colores morados, azules, verdes, rosados, amarillos, cafés y más para adornar las shigras que confecciona. Cuenta que es una tradición de su comunidad. “Cada uno de los colores que usamos están relacionados con la naturaleza, la tierra y los animales”.

Con una aguja cruza la hebra de cabuya y une las puntadas hasta que se convierte en una especie de tela delgada. Chimborazo viste anaco negro, blusa blanca y un suéter de lana para cubrirse del intenso frío. Aprendió esta técnica de las manos de su madre Juana cuando cruzaba los 13 años.

Uno de los compradores es Pedro Caiza. El recorre la feria para buscar lo mejor del trabajo artesanal que ofrecen las mujeres indígenas. Por un bolso de tejido fino puede pagar hasta USD 6 y la más rústica 3.

“Tenemos que darles un acabado especial que consiste en coser con cuero los filos para que se vea más elegante. Estas se venden en la feria de Otavalo y compran las chicas ejecutivas que trabajan en las instituciones públicas o privadas”, asegura Caiza.

Comenta que en la venta solo se ganan USD 2, pero las artesanas detallan que son explotadas, puesto que al no haber muchos compradores pagan precios bajos. De eso se queja María Bayas.

El lunes madrugó a las 04:00 junto a su hija, de 14 años, para llegar a tiempo a la feria. En un morral carga tres shigras grandes que sirven para guardar granos como cebada, trigo y otras semillas. Pide por cada bolso USD 15, pero Caiza ofrece USD 6 por cada una. “No sale el costo de la cabuya que se emplea, el pasaje cuesta USD 10. Peor el trabajo de un mes. Pero si no hay quién compre debemos rematarlas al valor que nos paguen”.

Asegura que todos los miembros de su familia tejen las shigras, pero lo difícil es la comercialización. Cuenta que hay personas que aún usan para transportar las habas, choclo y mellocos cocinados para alimentarse cuando hay mingas o fiestas. “En la actualidad en el campo aún se emplean como medida para el intercambio de productos. En las comunas están de moda y las usan las chicas”.

Manuel Chipantiza las adquiere para guardar cebada, trigo y en ocasiones para las papas y las ocas. Cuenta que las mantiene frescas y no se contaminan en el suelo. Este bolso tejido con finos hilos de cabuya y decorado con colores, los cuelga en un madero del tumbado de su pequeña habitación de bloque, techo de teja y piso de tierra en su comunidad de Pungoloma, un poblado localizado a 40 minutos al suroeste de Ambato.

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