‘Al Oriente’ es una película sobre las dimensiones de un viaje. Empieza en la ciudad ficticia de La Esperanza, territorio cálido entre la Sierra y el Oriente del Ecuador, en donde Atahualpa (Alejandro Espinosa), joven obrero de una empresa constructora china, atraviesa un tiempo de sinsentido, cuando su novia Rocío (Paulet Arévalo) se va de la ciudad y un compañero de la construcción es enterrado vivo, por una de las explosiones que rompe la montaña para abrir paso a la carretera.
Atahualpa quiere adentrarse en tierras amazónicas. Lo atrae la leyenda del tesoro, podría “volver con los bolsillos llenos de oro” le dice a su novia. Ese tesoro que algunos buscan es el que habría enterrado el primer Atahualpa (Ata-wallpa), último soberano inca. Ese oro que hace soñar a los exploradores desde hace siglos es, en esta película, una metáfora del deseo. Es lo que mueve a los hombres y los hace caminar e imaginar.
El personaje de Atahualpa viaja en el tiempo, a 1922. Viste poncho y acompaña en la ruta a dos buscadores de tesoros, un ecuatoriano (Santiago Villacís) y un gringo (Oliver Utne), quienes atraviesan el páramo y cruzan la selva del flanco oriental de la cordillera, hasta perderse en lo inesperado de su propio rumbo.
La película es esta travesía por el deseo, que mueve a Atahualpa a buscar lo que ha perdido, el sentido mismo. Es un viaje que tiene varios transcursos: por un lado en el tiempo, para mostrar la prevalencia de la colonialidad en tres épocas: 1533, 1922 y 2021. El siglo XVI de la conquista y la primera Colonia; el año 1922 y la masacre obrera en Guayaquil, y 2021, el presente histórico, año pospandémico de extractivismo global, guerra y sinsentido.
Es también un viaje en el cine ecuatoriano, sobre lo perdido y lo que no se puede ver, porque este ‘capricho’ fílmico retoma el argumento de la película perdida de Augusto San Miguel, ‘El tesoro de Atahualpa’ (1924), a la que solamente conocemos por el relato de otros, como una leyenda sobre el primer cineasta ecuatoriano. Esta cinta perdida resulta el verdadero tesoro a reimaginar y desear, sobre todo en la historia de un cine escaso, como el ecuatoriano. Imágenes no mostradas de cuerpos perdidos de obreros asesinados en la masacre de 1922 y de una cinta desaparecida que habría sido proyectada en 1924, todo en Guayaquil.
or otro lado, el viaje es el deseo de irse, de revivir el deseo mismo. Tiene algo emancipador porque es el viaje del día a día, del esfuerzo físico, de la convivencia. Es un caminar paso a paso la montaña y la selva, dormir, comer, cazar, ir al río… gestos que transforman los cuerpos, un viaje interior. Esos dos viajes acogen una contradicción en su seno, la contradicción que surge de toda forma de ‘orientalismo’ (Edward Said): el rechazo y el deseo de un mismo objeto. El viaje al oriente no es un viaje que se hace siempre desde el occidente, si no desde el margen, con dirección al sentido.
Y para volver al margen.
El guion es el viaje físico de los actores y del equipo de filmación. Es másuna puesta en situación que un guion al pie de la letra. Los actores no lo leyeron, aexcepción de alguno que lo exigió, por ser un actor profesional. Los demás eran “actoresnaturales”, invitados a entrar en la experiencia de caminar montañas y selvas.
En estapelícula el tiempo es real, la lluvia también, el río, el calor, el frío. El guion de ‘Al Oriente’ “se termina de escribir en nuestras cabezas”, dice José María, porque tanto la filmación como la edición no terminan de resolver o controlar, para que el espectador, sumergido en la situación proyectiva de la sala de cine, sea quien continúe con esa escritura hecha de imágenes y pensamientos. El guion no es una guía exhaustiva de los diálogos y de las escenas, sino que enmarca la situación a filmarse, dentro de la cual los actores son libres de improvisar y dar espacio a la ensoñación. En ‘Al Oriente’ el montaje y el sonido son un regalo. La edición es afrancesada -en el buen sentido-, deja que nos entreguemos a la experiencia de la sala oscura y la pantalla gigante, pero no es purista.
El microfoneo directo de la selva, de la montaña y del río se montan con la música electrónica de Valentina Montalvo (Peace, Valesuchi, 2019) que hace simbiosis con el sonido y la humedad del paisaje. De antesala están entre el baile y la nostalgia, Cómo quema el frío (Wilfran Castillo), y Tu juramento (en la voz de Carlos Alberto Toro Lema). No hay silencio en realidad, está evocado por todas partes. Sobre todo, por contraste con el sobrecogimiento de la explosión que hace estallar el camino, y porcontraste también con la voz de John cuando canta, secuencia inolvidable que a ella sola hace
valer la película.
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