Imagen de Guayaquil de fines del siglo XIX, no muy distinta de la que Hassaurek describe en su libro. Foto: www.fotografianacional.gob.ec
Si Friedrich Hassaurek resucitara y volviera al Ecuador 153 años después de que lo viera por última vez, es probable que -incluso con todos los cambios- reconocería a los ecuatorianos en el acto. Por ejemplo, porque la resaca monárquica que él advirtió a mediados del siglo XIX no ha terminado de pasar. El añorado rey de la época de Hassaurek ha sido trocado por el líder fuerte, todopoderoso e iluminado; búsqueda que tantos problemas ha ocasionado en varios momentos durante el siglo XX y en lo que va del XXI.
Hay cosas que nunca cambian o que tardan (demasiado) en hacerlo. Lo que vio el entonces embajador estadounidense durante su estancia en Ecuador no fue más que el clímax (por la cercanía temporal con la aún fresca era colonial) de lo que la historiadora francesa Michelle Perrot llama ‘repúblicas monárquicas’. Un oxímoron político difícil de desmontar en algunos países de América Latina. Ecuador es uno de ellos.
Sin que esa haya sido su intención, este libro publicado en 1867 puede considerarse un clásico entre antropólogos e historiadores locales. A través de su relato detallado sobre usos y costumbres, ‘Cuatro años entre los ecuatorianos’ da pautas precisas de algunos comportamientos o ataduras que vienen de lejos y que, comprensible y a veces lamentablemente, están muy arraigados.
No obstante, también hay que saber desde dónde habla Hassaurek, para tratar de entenderlo mejor y no tomar como verdad revelada todo lo que dice.
Lo advierte Ernesto Salazar en el prólogo de ‘Cuatro años…’, cuando descarta la existencia de ‘identidades nacionales’ monolíticas. Es fácil caer en la ilusión de que lo relatado, en lugar de ser un retrato (por tanto, sujeto a perspectivas, intenciones y comentarios), es una radiografía (o sea, algo más cercano a la reproducción a secas). O que todo lo dicho por el embajador define la ecuatorianidad.
Salazar invita a considerar si la dureza con la cual Hassaurek se expresa en muchas ocasiones sobre Ecuador, sus condiciones naturales y su gente, no tiene que ver con su inconformidad por estar en un país al que no pidió venir; y del que se fue apenas pudo. También hay que ponerse en sus zapatos desarrollistas y en su cabeza afiebrada por la industrialización.
Pero eso no impide que sus observaciones sean precisas y, más inquietante aún, que en algunos casos se apliquen a la sociedad ecuatoriana actual. Su asombro ante la falta de palabra de los ecuatorianos, de todas las clases, podría aplicar perfectamente en el 2018. “El Ecuador de Hassaurek es un mundo inmaduro con lacras sociales y políticas que lo tienen atascado en la infancia”, dice Salazar para la edición del libro publicada en 1993. Al respecto, ¿se podía decir algo distinto en ese momento?, ¿se podría decir algo distinto hoy?
Lectura no recomendada para sensiblerías patriotas, ‘Cuatro años…’ es un producto de delicatesen para pieles curtidas y curiosas del pasado. Así, en el capítulo dedicado a los pros y los contras de Quito, a la que bautiza como “la capital más sucia de toda la cristiandad” (apelativo que pudo haberse revivido en la reciente crisis de recolección de basura que vivió la ciudad), Hassaurek repudia frontalmente la “costumbre de hacer grandes promesas que nunca van a ser cumplidas”, a la que encuentra propia del habitante de la Sierra. Y remata respecto del mismo personaje: “si finalmente nos decidimos a pedirle sus servicios, no le faltarán excusas inteligentes para que nos los niegue”.
Entre los otros dos defectos ecuatorianos que no se le escaparon y que siguen vigentes están la imposibilidad, sobre todo de la clase pudiente, de cumplir la ley: “Creen que las leyes fueron hechas para personas de bajo estatus social, indios y cholos, mas no para personas de rango, creyendo que tienen el derecho de elaborar las leyes mas no de obedecerlas”. Y La costumbre extendida de robar algo, lo que sea, sin considerar que esta acción sea mala, sino más bien algo que practica todo el mundo y que con la debida confesión y penitencia debería ser perdonado. Idiosincrasia que se resume en una frase de mucha actualidad: “Robó, pero hizo obra”.
En su calidad de espectador foráneo, alcanzó a ver un comportamiento que quizás explique ciertas taras que siguen arrastrándose: “Una parte importante del carácter del serrano es la gran desconfianza que tiene con sus paisanos, lo cual excluye toda posibilidad de que exista un espíritu de asociación. (…) El desmoronamiento general del país puede atribuirse a esta circunstancia antes que a la inestabilidad política y en las frecuentes convulsiones sociales”.
Pero Ecuador también cambió. Dejó de ser -sobre todo a partir del primer ‘boom’ petrolero de los 70- el país miserable que describe el embajador estadounidense. Un territorio rústico, sin infraestructura ni orden (o su idea de orden) y carente de costumbres ‘civilizadas’. Los paisajes, igualmente, han cambiado, debido a la urbanización acelerada de varios de los parajes, que con morosidad y gran cualidad plástica describe. Pero siguen estando aquí su admirado Cayambe, el imponente Chimborazo y los climas apacibles que elogia.
En ‘Cuatro años…’, Hassaurek pintó un retrato de los ecuatorianos, que siglo y medio después más que ser retrospectivo es introspectivo. Y, por momentos, eso asusta.