Exposición ‘Facetas de género en el Ecuador Prehispánico’, Museo Nacional (2019). Foto: Archivo El Comercio
PRIMER ACTO:
EL MUNA
Las vicisitudes del Museo Nacional no son nuevas. Comenzaron cuando el Gobierno resolvió transferir las áreas culturales del Banco Central al Ministerio de Cultura, en gesto más emotivo que producto del consejo de la técnica. Con ello, no solamente se ralentizó un proyecto de largo alcance que tanto bien hizo al país, sino que sucumbió ante los inevitables entresijos de la política y los sutiles manejos burocráticos.
El saldo de esta precipitada decisión gubernamental fue a todas luces negativo, al punto que las salas de exposición fueron cerrándose poco a poco hasta hacerlo por completo, no por la Conferencia Hábitat III de 2016, como se dijo, sino mucho antes. No se habían hecho adquisiciones, ni editado un catálogo para guía de los visitantes, ni algo parecido que promocionase los servicios de un museo público.
El reclamo ciudadano porque se reabra el Museo fue atendido en mayo de 2018 con un criticado, aunque cuidadoso guion museográfico, pero con instalaciones dignas, la publicación de un guion académico como sustento del trabajo realizado y de varios impresos con informaciones que orienten al visitante. Una obra que mereció aplauso, logro indudable de su directora y del equipo de trabajo que la acompañaba. A poco, una exposición de la obra de Araceli Gilbert y la exhibición de dos cuadros prestados por el Museo de América de Madrid y uno por el Prado, anunciaban mejores tiempos.
Pero el camino recorrido por el Museo, en lugar de proseguir, parece estar a punto de detenerse por esos inevitables comportamientos tan nuestros de hacer y deshacer y, así, mantenernos anclados en el propio terreno.
Los propósitos del ministro de Cultura anunciados y reiterados en estos días, no significan otra cosa que eso, precisamente. Ha dicho el ministro que pronto se van a trasladar las reservas del Museo al edificio de la Unasur y que esta “decisión cuenta con el aval del presidente Moreno”. Ha dicho, también, que dicho edificio es apto para el traslado de todo el Museo porque hay espacio suficiente y “da las mejores condiciones para un Museo Nacional”.
Habría que preguntar cuáles son esas “mejores condiciones” porque, si son solo las concernientes a su infraestructura, lo cual se duda, olvida las más importantes, cuál es el servicio al público y la función educativa que pueda brindar, sobre todo, a los estudiantes. A la considerable distancia en la que se ubicaría la futura sede, ¿sería posible que los 10 000 visitantes que en promedio concurrían mensualmente al Museo, lo puedan hacer en aquellas “mejores condiciones” de que habla el ministro?
No, ciertamente. Se privaría a la mayoría de la población, la de limitados recursos por cuyo bienestar los políticos, se ve, trabajan solo en época de elecciones, a los estudiantes en sus visitas programadas por escuelas y colegios y al ciudadano de a pie que recorre, sobre todo los fines de semana, una zona de tanto movimiento como la que rodea a la actual sede en el Ejido. En este punto, no debe olvidarse el mandato de Ley de Cultura cuando califica a los museos como instituciones al servicio de la ciudadanía con una función pedagógica y recreativa.
Da mucho que pensar este proyectado traslado, pues, de lo que se ve, solo serviría como escala de una ruta turística, como paso a otras atracciones del género que tanto gustan a los operadores de turismo y a los inversionistas del ramo.
Un museo, entonces, ¿solo para atender intereses crematísticos de unos pocos y no para considerar las siempre necesarias de instrucción y educación de la mayoría? Hay que esperar que esta pretensión termine solo en rumor porque, se confía, que al ministro asista la mejor predisposición para atender los reclamos que, justo en estos días, provienen de personas entendidas en proyectos culturales del género.
Y habría que preguntar, además, si para el otorgamiento de aquel “aval”, animó al Presidente de la República el consejo técnico de sus asesores, sustentado en las necesidades de la mayoría de la población, así como de correspondencia con sus propósitos en la materia, tantas veces proclamados en sus discursos.
Y a esto se suma el problema de los costos. Solo el traslado de la reserva significaría una suma que bordea los USD 400 000. ¿Y lo demás? ¿Serán los 100 000 que anuncia el Ministro? Imposible creer por experiencias en casos similares ya ocurridos con estos mismos acervos. ¿Y en la pobreza que estamos, qué hacer?
Pues meditar más tranquilamente sobre el problema existente. Asumir la necesidad del diálogo en términos constructivos, en sana paz y con el ánimo de construir en firme y, sobre todo, de avanzar. ¿No sería más aconsejado mantener al Museo en la sede actual, hacer los ajustes ya recomendados por los técnicos a la estructura del Aranjuez y dejar las reservas en el lugar que están? Seguro que los costos serán menores, se evitarían problemas y se cerraría una discusión acalorada como la presente. Y la imagen del ministro no saldría mellada, como parece va a suceder.
Y en medio de las conversaciones que se hagan, pensar seriamente en la necesidad de unificar las colecciones del actual Museo Nacional con las de la Casa de la Cultura, ampliar las salas de exhibición, coordinar programas y proyectos, construir un gran museo, en suma. Y si fortalecer la estructura del Aranjuez no es posible, ¿no sería dable trasladar las reservas a la misma Casa de la Cultura, como lo proponen algunos?
Pero el problema fundamental está en otra parte. En la necesidad de construir un edificio propio para el Museo, idea relegada por años y que nuestros gobiernos lo han desatendido, casi, diríamos, como un fenómeno estructural. Una vez que pase esta crisis, porque todo pasa en la vida, hagámoslo. Pensemos en grande alguna vez.
SEGUNDO ACTO:
LOS FONDOS DOCUMENTALES
Como las dificultades no vienen solas, igual problema, o quizás más grave, se ha planteado en estos mismos días con los fondos documentales que fueron adquiridos por el Banco Central, en ejemplar tarea de recuperación de un valioso patrimonio bibliográfico del país y que, con el pasar de los años, fue acrecentándose y diversificándose, hasta ser, ahora, uno de los más importantes y mejor cuidados que existen. Se trata de las bibliotecas y archivos que pertenecieron a Jacinto Jijón y Caamaño, a Carlos Manuel Larrea, a Isaac J. Barrera, a los documentos sobre Ecuador recuperados en archivos del exterior, al fondo fotográfico y musical, a los tantos y valiosos testimonios institucionales y particulares, entregados a este repositorio por la seriedad y pulcritud como se los ha ido administrando.
Por suerte, el ministro ha anunciado que no se trasladarán al edificio de Unasur. Pero subsiste la dificultad el momento en el cual se cree factible su paso a la nueva sede de la Biblioteca Nacional. Tal iniciativa sería altamente perjudicial, ya porque dicho edificio no brinda las condiciones necesarias para tal fin, ya porque es de prever que los fondos pasarían a ser administrados por la tal Biblioteca. De otra fuente se ha sugerido, también, que, si los fondos bibliográficos pasan a la Biblioteca Nacional, los documentales vayan al Archivo Nacional.
Esto último es no entender la naturaleza de dichos bienes. No es posible desvincularlos porque son colecciones integradas que así, de esta manera, cooperan eficazmente al trabajo de investigadores y estudiosos. Pero surge, además, otro problema, y gravísimo: el de la integridad de dichos fondos. La trayectoria reciente del Archivo Nacional, al perderse un valioso documento de sus acervos, la de la Biblioteca Nacional, que no va atrás en sus proverbiales descuidos, no garantiza que las colecciones tan cuidadosamente mantenidas hasta hoy se conserven completas. Y, como en el caso del Archivo Nacional, llegará el día del escándalo por un documento robado y punto. Entonces, lo más apropiado sería mantener provisionalmente dichos fondos en el Aranjuez y apartarlos de una integración física con los dichos repositorios.
Así que toca al Ministro ser muy cauteloso en las decisiones que tome y que acierte. Habría que pensar que así lo hará, pese a todo.
*Investigador