Real Doll es la primera muñeca que incorpora un sistema de inteligencia artificial para darle más realismo. Foto: AFP
Entre la industria pornográfica y el desarrollo tecnológico hay una estrecha relación de más de un siglo. Y la pandemia por el covid-19 ha establecido un vínculo mucho más cercano entre ambos, obligando a una y otro a innovar en sus propuestas y, paradójicamente, crear nuevas maneras para que los usuarios mantengan vivas sus fantasías sexuales.
En su artículo ‘Pornografía, videograbadora y la internet’, Jonathan Coopersmith, profesor en la Universidad Texas A&M, señala que la industria XXX no crea nuevas tecnologías. Más bien, usa esas innovaciones en sus estados iniciales, las incorpora en sus producciones como medio de distribución y despertar el interés entre quienes consumen.
El planteamiento de Coopersmith se puede apreciar claramente en la historia misma de las producciones pornográficas. En 1896, apenas un año después del estreno de ‘La salida de los obreros de la fábrica Lumière en Lyon’ (la primera película filmada), salió a la luz la cinta ‘Le Coucher de la Mariée’, un cortometraje francés de siete minutos que es considerado como el germen del cine XXX.
En las próximas cinco décadas, la industria pornográfica permaneció en el anonimato y el escrutinio público. En estos años, el contenido sugerente estaba ligado al formato tradicional de la impresión, mediante la distribución de folletos o la venta de revistas temáticas como PlayBoy, fundada en 1953. Pero un salto tecnológico se produjo a finales de la década de 1950 cuando Harrison Marks, un productor de filmes para adultos, empezó a rodar cintas de 8 mm.
En pocos años, los filmes de Marks se popularizaron y dieron paso a la compra masiva del Super-8. Esta cámara fue ampliamente utilizada por los directores de cine para adultos, un hecho que amplió su popularidad entre los consumidores ya que veían posible que ellos también podían realizar escenas eróticas caseras.
En su libro ‘The Erotic Engine’, Patchen Barss, periodista especializado en tecnología y cultura, señala que la industria pornográfica siempre ha servido como un filtro previo a la masificación de nuevas tecnologías, como una suerte de conejillo de indias para conocer la reacción del público. El Super-8 es, a su criterio, el caso más emblemático: se probó en este tipo de cine y la gente quedó fascinada.
La revolución sexual de las décadas de 1960 y 1970 hizo que las producciones pornográficas se dispararan a escala global. En años posteriores, el principal espacio para estas cintas fueron los cines para adultos. En Quito, por ejemplo, a finales de 1980 más de 1 200 personas ingresaban diariamente al cine Hollywood.
Mientras que los cines para adultos vivían su agosto, una tecnología empezaba a crecer gracias a la pornografía: los casetes de video. En 1975, Sony lanzó oficialmente el Betamax. Un año más tarde, JVC presentó el VHS. Si bien el primero ofrecía cintas con sonido y calidad superiores, los usuarios prefirieron el segundo por la duración de las grabaciones.
A finales de la década de 1970, los usuarios de cine para adultos pusieron al VHS por encima de su competidor. A inicios de los 80, tan solo en los Estados Unidos más de la mitad de las películas que se vendían en ese formato eran de contenido para adultos, una de las razones para que las videocaseteras entraran de forma masiva en los hogares.
A mediados de 1990, el porno impulsó otra tecnología para su beneficio: la Internet. El 15 de febrero de 1998, Los Simpson presentaron el capítulo El autobús de la muerte. En este, Homero funda su empresa en Internet CompuMundoHiperMegaRed, cuyo primer cliente fue alguien que buscaba una mejor conexión para descargarse fotos pornográficas.
Durante el apogeo de la Internet, cerca del 40% de contenidos estaba relacionado con pornografía. Con el paso de los años, estas cifras bajaron hasta llegar en la actualidad a un 4 y 7% del total de páginas web.
En la era de la pornografía en línea, la industria ha impulsado la tecnología para su beneficio. En 2005, Google realizó un estudio en conjunto con la Universidad de Columbia para determinar cómo sus usuarios hacían búsquedas de pornografía en sus celulares. La investigación sirvió para mejorar los parámetros de su motor de búsqueda.
La innovación siguió. En 2013 se fundó la primera compañía de pornografía en realidad virtual (RV). Un año más tarde, empresas como Facebook, Samsung y Sony lanzaron sus cascos de RV. En seis años en el mercado, el interés de estos dispositivos para usarlos y ver contenido para adultos creció en más del 235%. PornHub, que se encuentra en el noveno lugar entre los sitios más visitados en el mundo, cuenta con más de 500 000 visitantes diarios que consumen videos en RV.
Y mientras la RV se alinea con las demandas de la industria en el formato, los desarrolladores se alistan para incorporar los estándares de la tecnología 5G, con la que se busca ampliar las transmisiones en vivo.
Esta relación tiene un telón de fondo de alto impacto. En los 90 ya se hicieron públicos casos de explotación de menores. Ahora, el reto tecnológico es la cacería de pedófilos y redes de porno ilegal. En esta lucha, la facilidad de distribución de contenido explícito se ha ralentizado por el uso de inteligencia artificial. Una dificilísima batalla.