Pedro Gil fue criado en una cantina en el barrio Cementerio de Tarqui, en Manta (Manabí). Decía haber crecido entre criminales, drogadictos y prostitutas del sector Siete puñaladas.
Todo ese imaginario urbano y marginal alimentaría su poesía, pero según él mismo reconocía lo llevaría también por un camino sin retorno a la psicosis y a la adicción, un destino que abrazó sin queja. Los restos del poeta manabita tenían previsto ser sepultados la tarde del miércoles en el cementerio de Tarqui de su infancia.
El autor de ‘17 puñaladas no son nada’ (2009) falleció en Manta a los 50 años de edad. El poeta fue atropellado por un camión la noche del viernes 21 de enero en la avenida 133. Su cuerpo solo fue ubicado y reconocido en la morgue de la ciudad hasta este miércoles 26 de enero.
Ramón Cedeña, director de la comunidad terapéutica Volver a Vivir, a un lado de donde Gil vivía y recibía tratamiento en Manta, indicó que el poeta tuvo una de sus recaídas en el licor y fue visto por última vez en la zona el pasado viernes, sobre las 22:00. Lo velaron en casa de una tía. Una persona fue detenida y es investigada por el siniestro de tránsito, dijo.
El deceso y las circunstancias de su muerte produjeron consternación entre escritores, amigos y seguidores del trabajo del autor manabita.
El Ministerio de Cultura y Patrimonio del Ecuador expresó condolencias a familiares y amigos, destacando la creatividad y grandeza del bardo. La sede nacional de la Casa de la Cultura Ecuatoriana (CCE) publicó también una nota de pesar y sentenció que “su poesía vivirá para siempre”.
El escritor Raúl Vallejo destacó la irreverente y audaz voz poética de Gil, patente desde su primer poemario (‘Soy demasiado poeta para morir’), editado por la Casa de la Cultura del Guayas, cuando Miguel Donoso Pareja fue su presidente en 1987.
Pedro Gil (1971-2022) concedió una de las últimas entrevistas a este Diario el pasado mes de septiembre. Había abrazado la literatura como una salvación, como un instrumento para lavar la humillación de lo inhumano, dijo. “La poesía pasa a ser una forma de sanidad, también”.
El escritor reflexionó en la entrevista también sobre el “estigma” de poeta maldito que había pesado sobre él, sobre todo en sus primeros años en la literatura. Entendía el malditismo más bien como una “desadaptación” y más recientemente lo veía como una etiqueta o un mero cliché. “¿Si hay poetas malditos dónde están los poetas benditos?”, se preguntaba.
Entre sus más recientes publicaciones constan ‘El ángel recaído’, un homenaje en clave de crónicas a la Tarqui donde Gil se creció y donde se hizo hombre, publicado en julio del 2021.
“Cuando era niño limpiábamos pozos sépticos o cavamos tumbas con mi papá (en Tarqui), algo surreal”, dijo. Se oponía a romantizar la crudeza del barrio, fuera en su poesía o en sus escritos más narrativos.
“Me involucré con el mundo de seres marginales. Fui a la Universidad, pero ya estaba muy metido con las sustancias, perdía el juicio, pero no perdí la noción de escritura que fue lo que me salvó, sino estuviera encarcelado, muerto o en un psiquiátrico”, dijo el autor en septiembre pasado.
Durante el confinamiento del 2020 había escrito cuatro libros que esperaba ir revisando poco a poco, mientras se tomaba “reposos”, por lo que el poeta deja copioso material inédito cuyo futuro es ahora una incógnita.
La escritura y la lectura -leía desde la madrugada- eran un refugio desde el cuál luchar contra la psicosis y sus adicciones. “No es un juego la locura”, decía. Había vivido casi 30 años de su vida internado en centros psiquiátricos o de rehabilitación, con salidas y recaídas múltiples, relataba.
En la biografía de Gil confluyeron las estampas del misionero y el mendigo; la adicción a las drogas con el estudio de las psicopatologías del adicto; el poeta excelso y, en una época, el profesor universitario. Sobre su vida ligada en los últimos años a la comunidad terapéutica Volver a Vivir dijo en septiembre pasado: “Soy adicto y vivo con otros adictos, tengo que escuchar sus problemas y tratar de ayudarles. Son personas que me prestan sus experiencias para que yo las poetice”.
Trayectoria
(Manta, 1971-2022). En los 80 Pedro Gil fue tallerista de Miguel Donoso Pareja. Fue autor de poemarios como ‘Paren la guerra que yo no juego’ (1989), ‘Los poetas duros no lloran’ (2001) y ‘17 puñaladas no son nada’ (2009). También escribió el libro de cuentos como el ‘El Príncipe de los canallas’ (2010).