Pedro Gil: 'La poesía pasa a ser una forma de sanidad, también'

Pedro Gil fue en los 80 tallerista de Miguel Donoso Pareja. Foto: Cortesía Leiberg Santos

En la vida de Pedro Gil confluyen las estampas del misionero y el mendigo, la adicción a las drogas con el estudio de las psicopatologías del adicto, el poeta excelso y, en una época, el profesor universitario. El escritor responde a esta entrevista desde la comunidad terapéutica Volver a Vivir en Manta (Manabí), donde escucha y ayuda a otros adictos, y donde cuida su salud mental.

¿Qué está leyendo ahora?

Leo sin orden, lo que me caiga en las manos. Ahora estoy leyendo ‘La Colmena’, de Camilo José Cela. Y de Pablo Ramos, un escritor argentino, siempre estoy retomando la lectura de ‘Hasta que puedas quererte solo’, sobre el mundo de las adicciones. Leo desde las cuatro de la mañana hasta la noche, leo y escribo constantemente. Lucho contra la psicosis y contra mi condición de adicto con la lectura, siempre tengo que estar leyendo.

‘La Colmena’ es una novela de vidas entrecruzadas, aunque no tan precarias como las de Tarqui, el barrio de su infancia en Manta, ¿no?

El barrio se ha levantado de las ruinas luego del terremoto (de 2016), ha recuperado su belleza popular al pie del mar. Tarqui me definió. Nací en una zona muy dura, de criminales, drogadictos y prostitutas, fui criado prácticamente por ellos. Entonces no trato de romantizarlo, sino de asumir esta historia a través de la poesía.

¿Ese barrio está presente en su más reciente libro?

El 25 de julio presenté ‘El ángel recaído’, que es también un homenaje a Tarqui y a esa infancia, más en clave de crónicas. Cuando era niño limpiábamos pozos sépticos o cavamos tumbas con mi papá, algo surreal. Es un libro autobiográfico sobre la adicción y sobre personajes que me marcaron.

¿Qué entraña la escritura y la poesía para usted?

El poeta norteamericano Ezra Pound decía que quien hace buena literatura hace conciencia de país. La poesía no puede ser solo emocional, sino que tiene que contribuir en nuevas maneras de decir las cosas. En mi caso, escribir sobre lo que otros no escriben y ver lo que otros no. Temas como la locura -no es un juego la locura-, la adicción, la soledad, las diferencias sociales, el amor en estas circunstancias…

¿Cuál es el papel de la poesía?

Salvación. La poesía pasa a ser una forma de sanidad, también.

¿Su poesía surge de una “náusea” hacia una realidad social con la que tiene contacto desde muy niño?

Fui criado de niño en una cantina, en el barrio Cementerio de Tarqui, conocido como Siete puñaladas. Y desde ahí me involucré con el mundo de seres marginales. Fui a la Universidad, pero ya estaba muy involucrado con las sustancias, perdía el juicio, pero no perdí la noción de escritura que fue lo que me salvó, si no estuviera encarcelado, muerto o en un psiquiátrico.

¿Cómo entender la etiqueta de poeta maldito que recae en usted?

Es un estigma, alguna vez cuando era joven dije que eso me pesó. Ahora no lo creo. ¿Si hay poetas malditos dónde están los poetas benditos? La maldición consiste en estar alejado de la gracia divina, pero entonces no hay maldición, es nomás un cliché, porque he publicado con éxito mis libros. Lamentablemente así como avanza la gracia de la creación avanza también la esquizofrenia.

¿El malditismo puede entenderse también como una vida fuera o en contra de la sociedad?

Una desadaptación, sería. Pero hasta eso de estar en contra de la sociedad suena como cliché, porque no se puede ser una isla. Si algo nos ha enseñado la pandemia es interdependencia, dependemos unos de otros. Soy adicto y vivo con otros adictos, no puedo separarme de la vida de ellos, tengo que escuchar sus problemas y tratar de ayudarles a partir de mi experiencia. Son personas que me prestan sus experiencias para que yo las poetice.

¿Cómo ha vivido el encierro de los otros, alguien que ha pasado buena parte de su vida confinado?

Sí, he pasado confinado buena parte del tiempo, desde los 21 años hasta ahora que tengo 52. Son 30 años de mi vida encerrado, un tiempo aquí y otro allá. La pandemia te permite valorar lo hermoso que es estar vivo; ha sido un espacio de mucha creación para mí. Escribí cuatro libros el año pasado y parece que me he fundido, necesito reposar. Y en el mundo clínico (de los centros de rehabilitación), hemos sentido mayor solidaridad y fraternidad, contrario al individualismo y al egocentrismo imperante.

En ‘17 puñaladas no son nada’ la voz de su hermana muerta habla de “una miseria de lujo”. ¿Qué nos puede decir del verso?

El poema es una influencia de la poesía surrealista. Fue un hecho real, a mí me metieron 17 puñaladas, sobreviví. En un estado de delirio vi a mi hermana muerta. En cuanto al verso: ‘Pero tu miseria fue de lujo, ñaño’, creo que la literatura lava la humillación de lo inhumano. La poesía redime y humaniza.

¿En un poema como Vergajito xenófobo pone énfasis en el mal que anida en todo hombre?

Es un poema de adolescencia, como una denuncia a la vida cotidiana, un cuestionamiento a la vida doméstica. Esa era mi lucha cuando era joven. Yo pude ser un profesor, panzón y lleno de hijos, pero quizás no hubiera sido feliz.

¿Qué decir de la xenofobia, un mal que recrudece últimamente?

Ahora tenemos el rechazo a los venezolanos, que están aquí por la desgracia que atraviesa su país, antes fueron los colombianos o los peruanos… Y a nosotros como ecuatorianos también nos tratan mal en otros países. Nos centramos en la violencia que traen ciertos extranjeros, pero aquí la gente ha sido violenta también. La xenofobia es un temor ridículo, una debilidad mental, la falta de una conciencia humanista y hasta el signo de una enfermedad política.

Trayectoria

En los 80 fue tallerista de Miguel Donoso Pareja. Es el autor de poemarios como ‘Paren la guerra que yo no juego’ (1989), ‘Los poetas duros no lloran’ (2001) y ‘17 puñaladas no son nada’ (2009). También escribió el libro de cuentos ‘El Príncipe de los canallas’ (2010).

Suplementos digitales