En su obra ‘Estados Fallidos: El abuso del poder y el ataque a la democracia’, el polémico politólogo estadounidense Noam Chomsky sentencia que “cuando la historia se moldea al servicio del poder, las pruebas y la racionalidad resultan irrelevantes”. Sin embargo, si no se pone en evidencia la falta de racionalidad, los hechos, los antecedentes, y sobre todo los síntomas de una situación actual o futura, ¿sobre qué base puede actuar un Estado o la comunidad internacional para cambiar ese molde, para promover una historia distinta, para que los síntomas no desemboquen en una condición crónica o fatal?
El pasado 21 de septiembre, irónicamente Día Internacional de la Paz, un nuevo intento de golpe de Estado fue perpetrado en Sudán. Metafóricamente hablando, fue un nuevo episodio de fiebre (síntoma o alerta de una situación más grave), en un país que no convalece de pasadas y actuales dolencias. Fue una exteriorización más de su crítica realidad interna.
Abdalla Hamdok, primer Ministro del actual régimen civil-militar, anunció que el intento de golpe de Estado fue organizado por una coalición, también cívico-militar, encabezada por el expresidente Omar al-Bashir, que intentaba retomar el poder al haber sido derrocado por el gobierno de Hamdok en 2019. Las actuales y crecientes tensiones al interior del gobierno habrían sido vistas como una oportunidad para organizar el fracasado golpe.
Fuentes abiertas como Al Jazeera, Reuters y Al-Arabiya aseguran que el fracaso se debió a que el plan fue conocido por el gobierno la noche anterior, pero pudo haber tenido amplio apoyo popular. Entre los reclamos acumulados está el incumplimiento del compromiso realizado en 2019 de instalar un poder Legislativo, luego de la llamada revolución que derrocó a al-Bashir, así como los acuerdos con Sudán del Sur, y la firma del Acuerdo de Yuba en 2020, con parte de los grupos armados de oposición.
Mirando en retrospectiva, es necesario considerar que nos encontramos frente a pueblos con una historia milenaria, anterior al Imperio Nubia, que han sufrido permanentes intervenciones, guerras y divisiones. De hecho, la última división formal creó el país más joven del mundo, Sudán del Sur, luego de la partición del año 2011, que en nada acabó con la crisis entre norte y sur.
Sin duda el juego geopolítico de las potencias de turno, particularmente de aquellas que colonizaron el África, creó países compuestos por distintas naciones, o dividió estas últimas con límites forzados. El resultado, como dice la escritora sudanesa Leila Aboulela, fue que “Sudán no es suficientemente árabe para los árabes, ni suficientemente africano para los africanos”.
A la independencia de Sudán, en enero de 1956, siguieron 17 años de violencia, conocidos como la primera guerra civil sudanesa, que concluyó en 1972. Se sumaron múltiples nuevos conflictos, principalmente étnicos y religiosos, pero con intereses económicos entre el norte y el sur, que llevaron al país a una segunda guerra civil, de 1983 a 2005.
En los dos últimos años de la misma se produjeron los genocidios de Darfur, que conmovieron a la humanidad, por parte de milicianos baggara (étnicamente árabes y de religión musulmana) llamados ‘yanyauid’ (jinetes armados), contra pueblos étnicamente negros, animistas y cristianos.
Precisamente en el año 2005, Ecuador presidió durante un año en Ginebra el Comité Ejecutivo del Acnur (su máximo órgano de gobierno). Tuve el honor de formar parte de una misión oficial a Sudán y Chad (en cuyo desierto se encontraba la mayor parte de los refugiados de Darfur). La visita de características imposibles de narrar coincidió con la firma del Acuerdo General de Paz entre norte y sur.
Coincidió también con repetidos episodios de fiebre, síntoma de la malaria que había adquirido en Chad y que terminó en Sudán, en un maltrecho y muy limitado hospital público de su capital, Jartum.
Esa estadía adicional me permitió ampliar mi interés sobre el presunto apoyo y posterior pérdida de control del gobierno sudanés a las milicias árabes ‘yanyauid’. Este hecho lo expuso posteriormente mi exmaestro del Instituto de Investigación para la Paz de Oslo, y exsubsecretario General de Naciones Unidas para Asuntos Humanitarios, Jan Egeland.
De hecho, la Corte Penal Internacional emitió en 2009 y 2010 órdenes de arresto contra Omar al-Bashir. Los delitos que la Corte le imputa son genocidio, crímenes de lesa humanidad y crímenes de guerra.
El primer Ministro Hamdok y el Consejo de Ministros de Sudán han asegurado que la situación está bajo control. Quizá la referente a esta última intentona golpista lo esté, pero la pregunta que debe hacerse es si el país está bajo control, si se encuentra fuera de peligro en este llamado período de transición… Si alguna vez lo ha estado desde el día de su independencia.
Exvicecanciller. Los criterios expresados no necesariamente corresponden al Servicio Exterior ecuatoriano.