En el país, como sucede en gran parte de América Latina, los asentamientos precarios son endémicos. Es más, los suburbios, los barrios marginales, las villas miseria y las favelas crecen sin control.
Este panorama solamente tiene una perspectiva: la construcción ilegal y sus consecuencias adláteres: viviendas de riesgo, levantadas sin ningún sustento técnico que las hace muy vulnerables a los desastres naturales como sismos, inundaciones, avalanchas…
Hay una expansión sin límites de los bordes de la ciudad y un vaciamiento del centro. Este es un proceso paralelo que se da en la mayoría de las grandes metrópolis. Este desarrollo urbano se concentra en pocos sectores y acompaña la exclusión de muchos, que quedan en condiciones muy precarias de vida.
En este potaje muchos meten cuchara. Algunos arquitectos que privilegian el mercantilismo; los organismos seccionales que, con resignación, empiezan el calvario de dotar de servicios básicos a estos asentamientos; los especuladores de tierras, a quienes no les importa el ser humano y lo esquilman sin piedad.
¿Hay soluciones? Existen, pero son de difícil aplicación. Y todas pasan por el control y la aplicación de las normas de construcción y las ordenanzas vigentes.