Informalidad y policromía se fusionan en un restaurante

El aspecto desinhibido e informal es la característica del interior de este local.

El aspecto desinhibido e informal es la característica del interior de este local.

El aspecto desinhibido e informal es la característica del interior de este local. Fotos: Cortesía Raam Estudio

Los ganchos para atrapar clientes no pasan solo por una buena política económica, un ‘marketing’ atinado, unos productos diferentes o una atención esmerada.

La arquitectura y la decoración de interiores también tienen incidencia directa en el éxito o el fracaso de cualquier empresa de ese carácter.

Y este axioma es válido para cualquier emprendimiento, ya sea una fábrica de llantas o un restaurante. Eso es, precisamente, lo que buscaron los arquitectos de Rama Estudio cuando diseñaron Glitch, un flamante restaurante ubicado en uno de los nuevos centros de desarrollo comercial y cultural de Quito: La Pradera.

Este emprendimiento ocupa lo que era una vieja casona setentera emplazada en la intersección de la av. Mariana de Jesús y el pasaje Carrión.

La casa sufrió varias modificaciones según cambiaba de función y uso, explica Felipe Donoso quien, junto con Carla Chávez y Carolina Rodas, cambió radicalmente la tradicional fisonomía de vivienda a la más desinhibida, polícroma y acogedora de un restaurante de corte contemporáneo.

El eje del diseño fue el glitch, que es esa imagen cortada y caótica -como de un sismógrafo multicolor- que aparece en las pantallas de las computadoras cuando hay un daño, explica Rodas.

El requerimiento inicial fue habilitar este espacio, que estaba sin uso, como un comedor ejecutivo para el mediodía, explica Ricardo González, gerente de Glitch. Luego se amplió su función a la de restaurante vespertino y bar nocturno.

La base del diseño fue minimizar la intervención, reutilizar lo existente y optimizar los recursos. Por esa razón, explica Donoso, se reusaron paredes, puertas y ventanas. Otros elementos, como los desechos de las mamposterías de ladrillo, se colocaron como pisos de los estacionamientos; las ventanas se soldaron entre sí y se convirtieron en puertas.
 
Las columnas se liberaron de pinturas y enlucidos y quedaron en hormigón visto. La vegetación original del lugar fue respetada y se incorporó a la ambientación del espacio.

Glitch fue la fusión de varias disciplinas durante su proceso constructivo: artesanal en tratamiento de materiales; urbana, con el grafiti; industrial, con piezas reutilizadas y adaptadas para su nuevo uso.

Una singularidad fue que se aprovechó la coyuntura del proyecto para generar un taller de grafiti dictado por los artistas y diseñadores Jaime Villarroel y Verónica Ibarra.

Los paneles de 2,20 x 2,20 m armados en duela reciclada -que fueron grafiteados- fueron incorporados posteriormente al diseño interior del restaurante.

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