Los huertos siguen vigentes tras 16 meses de pandemia

La microbióloga Judith Romero dicta talleres sobre cómo elaborar huertos con material reciclado. Foto: Diego Pallero / El Comercio

Los huertos dejaron de ser una moda y ahora forman parte de un estilo de vida; mucho más saludable y apegado a las necesidades del planeta.

Después de 16 meses marcados por la pandemia del coronavirus, el interés por sembrar y cosechar en casa sigue intacto. La gente continúa capacitándose y buscando especies que crezcan rápido y que requieran de cuidados mínimos.

Las favoritas son lechugas, tomates, rábanos, acelgas y, claro, las aromáticas. Con esas preparan ensaladas, sopas, cremas y hasta tratan algunas molestias. Al orégano, por ejemplo, se le atribuyen propiedades terapéuticas: es antioxidante, antiinflamatorio y antimicrobiano.

Todas esas plantas -apunta la microbióloga Judith Romero- tienen una característica especial: se desarrollan en espacios pequeños. Por eso es común verlas en macetas sobre los mesones de la cocina o en los bordes de las ventanas.

Esta especialista cuenta que el ‘boom’ por implementar huertos dentro de la vivienda arrancó en marzo del 2020, justo cuando empezó la emergencia sanitaria en el Ecuador.

A partir de ese mes, personas de diferentes sectores de Quito la contactan a diario para tomar talleres y para obtener semillas. Al inicio las buscaban para entretener a los más pequeños de la casa. Luego, pala en mano, se sumaron los padres y hasta los abuelos.

Ahora, familias enteras participan en esa tarea (sembrar y cosechar), que en algunos casos deja réditos económicos.
En el valle de Los Chillos, por ejemplo, hay personas que venden el excedente de frutas y vegetales a un precio justo, pues según Joselyn Tixe, de Huerto Josysiembro, los precios se dispararon al inicio de la crisis sanitaria. El valor de estos productos son más bajos, argumenta, porque no hay intermediarios.

De acuerdo con el International Growth Centre de la London School of Economics (LSE), la producción doméstica de alimentos tiene el potencial de proporcionar ahorros sustanciales para los hogares urbanos más pobres -que generalmente gastan hasta el 80% de sus ingresos en alimentos-, con la ventaja adicional de la diversificación de la dieta y una mejor nutrición.

Sin embargo, el principal impulso ha sido alimentarse con productos libres de químicos. Esos -apunta Romero- poseen mayor cantidad de nutrientes, mucho más sabor y textura. Algunos de los alimentos tratados con químicos suelen ser insípidos y nocivos para la salud del ser humano.

“La gente entendió y comprobó que es posible sembrar y cosechar dentro de casa, independientemente del tamaño del balcón”, dice Romero.

Las personas con espacios mínimos recurrieron incluso a los jardines verticales. Allí se pueden cosechar hasta papas.

Antes de la pandemia, Romero -mentora del proyecto Mi Primer Huerto- vendía kits de siembra en el Día del Niño, en las vacaciones escolares y en diciembre. Ahora, los comercializa durante todo el año. El interés por los talleres también aumenta.

La gente está interesada en conocer sobre abonos y fertilizantes naturales, en cómo elaborar contenedores con materiales reciclados y en cómo germinar semillas. Según Javier Carrera, de la Red de Guardianes de Semillas, los abonos se pueden lograr dentro de casa, sin temor a llenarse de malos olores o de insectos. La clave está en tratar de forma adecuada los desechos.

Suplementos digitales