En la casa comunal de la Mena se realizaron los vacacionales para niños de Aldeas Infantiles SOS y la comunidad. Hubo ‘break dance’, cocina y más actividades. Foto: Galo Paguay/ EL COMERCIO.
En el centro de una ronda, Carlos F., de 17 años, entona una canción para animar a sus compañeros del campamento vacacional. Unos lo miran y otros imitan sus movimientos. La idea es que el grupo de chicos se divierta este verano.
Las dinámicas, las manualidades, la cocina, el ‘break dance’ y los paseos fueron parte de los talleres vacacionales de Aldeas Infantiles SOS. La entidad alberga a niños y adolescentes que no viven con sus familias.
Ellos fueron separados de sus padres por casos de negligencia, violencia intrafamiliar, maltrato físico y psicológico, abandono, explotación sexual.
Hace nueve años, Carlos ingresó a este sitio de acogimiento en compañía de sus dos hermanos. Los tres fueron separados de sus progenitores, quienes tenían problemas de alcoholismo y drogadicción.
Es una de las causas por las cuales los menores ingresan en este tipo de establecimientos. En el país hay 80 públicos y privados que acogen a 2 719 chicos entre los 0 y 17 años, según información del Ministerio de Inclusión Social y Económica (MIES).
En los espacios se busca que niños y adolescentes realicen actividades similares a quienes viven con sus parientes. Es decir, asisten a clases y, en vacaciones, acuden a talleres de verano para divertirse.
Según el Acuerdo Ministerial 0031, en los planteles de acogimiento se debe garantizar el derecho de los residentes a la recreación.
En la planificación anual se debe, al menos, incluir dos salidas de campo, actividades culturales, deportivas, artísticas, musicales y juegos.
En ese sentido, en las instalaciones de la casa comunal de la Mena, 30 chicos alejados de sus familias bajo cuidados de Aldeas y otros 30 que viven en ese barrio del sur de Quito fueron a los vacacionales.
Carlos se vinculó como líder de los grupos por primera vez. Lo hizo porque se considera un guía y un ejemplo para el resto de sus amigos del centro, a quienes considera su familia.
Para ello, el joven aprendió canciones y dinámicas vía Internet para divertir a sus compañeros. Lo logró. Cada uno de sus juegos y ocurrencias sacaban más de una sonrisa a los participantes.
En los últimos años, la idea de los vacacionales es la inclusión de los albergados con la comunidad. Según Marco Guerra, director del programa de Aldeas Infantiles Quito, el objetivo de los cursos vacacionales es generar espacios de encuentro entre los pequeños alejados de sus padres y los del barrio. Así pueden socializar e interactuar.
“En los espacios no se identifican si son niños de Aldeas o de la comunidad sino como personas con derechos”.
Fernando T., de 15 años; y Christian G., de 16, viven en el Hogar Infanto Juvenil Alberto Enríquez Gallo, administrado por el MIES. Se ubica en Chilibulo, sur de la capital.
Ambos disfrutan su estancia en el centro porque se sienten protegidos. Pero, les encanta las vacaciones por las actividades lúdicas y recreativas que practican a diario.
Las visitas a los museos y parques de la ciudad, la utilización del laboratorio de computación, los deportes y el arte son parte de los talleres. Estos arrancaron los primeros días de julio y se extenderán hasta fines de agosto.
Los cursos, al igual que los de Aldeas Infantiles, son abiertos a la comunidad de las zonas. Es decir, los chicos de los barrios pueden acudir para las recreaciones de verano.
El objetivo es que se relacionen con niños y adolescentes de la misma edad y aprendan a convivir, explicó David Ortiz, coordinador del Hogar. “La inclusión de los jóvenes de afuera es importante porque se hacen nuevas amistades y se interrelacionan con otras personas. Se emocionan”.
Los chicos, también, acuden a las Casas Somos -a cargo del Municipio de Quito– para aprender bisutería, manualidades, gastronomía, computación y bailoterapia.
Con estos, ellos aprenderán nuevas habilidades y, posteriormente, les servirán para trabajar. Además, se preparan en defensa personal para que se protejan. Las actividades se realizan más con los jóvenes, que están próximos a salir de los centros, dijo Ortiz.
Fernando T. integra desde enero el Hogar Enríquez Gallo. La razón: su madre lo abandonó junto con sus dos hermanos. Recuerda que buscaron ayuda y llegaron a ese sitio. Les gusta porque se sienten protegidos y seguros.
En vacaciones -asegura el adolescente- sus actividades preferidas son el fútbol y las manualidades. Él también enseña a sus compañeros a elaborar las manillas o las cadenas.
Toma un hilo y un mullo de colores y, poco a poco, forma una cadena. Le siguen sus compañeros. Todos se divierten y saben que puede convertirse en su emprendimiento.