“No sirve de nada estudiar si no hay nada para comer”. Esto repite una y otra vez Xavier (nombre protegido), un adolescente de 16 años. Creció en el sur de Guayaquil, entre sirenas y tiroteos. Sus padres, ausentes por doble jornada laboral, no estaban ni para la cena de Nochebuena. A los 12 años, Xavier pasaba más tiempo en las calles. Primero le ofrecieron dulces, luego cigarrillos. A los 13 años probó cocaína y a los 14 estaba fuera del sistema educativo. En las pandillas encontró el hogar y la valía que no tenía. A los 16 cayó preso tras un asalto. No le importó entrar a una cárcel. Su dolor era saber que nadie le iba a buscar. ¿Para quién era importante? Estaba y se sentía solo.
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“No importa cuántas buenas calificaciones tenga si al final voy a llorar sola en mi cama“. A Camila (nombre protegido), una adolescente de 15 años de Quito, no le faltaba nada. En la mañana estaba en un colegio bilingüe y recibía clases de piano. Sus vacaciones eran en Miami. Sus padres pasaban en llamadas o ausentes. Pero le enseñaron que no había espacio para llorar ni para los dramas. Este esquema funcionó bien hasta los 13 años, cuando se dio cuenta de que su vida estaba muy lejos de las ‘vidas perfectas’ que veía en los perfiles de redes sociales. Se sentía inferior. Poco a poco se inclinó a cortarse la piel para “sentir algo más”. A los 15 años, sus padres la internaron por un intento de suicidio.
Adolescentes: víctimas y protagonistas de la violencia
World Vision definió cuatro cuestiones complejas en su análisis situacional: Ecuador: niñez y adolescencia en 360°. Juan Francisco Oña, especialista en políticas públicas de esta organización, explica que las vulneraciones de derechos están relacionadas con violencia, educación, salud y participación.
Los adolescentes en Ecuador son víctimas y protagonistas de las violencias. Entre enero y febrero de 2025, el Ministerio del Interior registró 101 homicidios de menores de 18 años, principalmente por delincuencia común. Al comparar con ambos meses del 2024, el aumento es de 55,3%. Y si se compara con 2014, 10 años atrás, escala 431%.
La otra cara de la moneda muestra que los adolescentes están siendo vinculados con homicidios, asaltos, microtráfico, entre otros delitos. Hasta fines de febrero de 2025, 482 estaban en centros de adolescentes infractores. Así como Xavier son atraídos por bandas delincuenciales.
Luego de accidentes de tránsito y homicidios, los adolescentes mueren por lesiones autoinfligidas (suicidio). Los factores de riesgo asociados son múltiples y pueden interrelacionarse. La presión por la ‘popularidad’; miedo a la exclusión; bullying, maltrato, estrés académico son algunos de los problemas que empujan a los púberes a esta decisión irreversible.
La violencia sexual es otro problema. Entre enero del 2014 y septiembre del 2023, el Ministerio de Educación reportó 15 681 casos de violencia sexual fuera del sistema educativo y 5 365 dentro.
A esto se suman los embarazos adolescentes que no son producto de relaciones sexuales consentidas entre pares. Existe un parto de una niña o adolescente cada 28 minutos en Ecuador. 18 830 nacimientos en 2023 corresponden a madres menores de edad. “Aquí hay un problema que tratar”, insiste Oña.
El consumo de alcohol en niños y adolescentes, de entre 10 y 17 años alcanza el 7,6%. El acceso a sustancias ilícitas agrava la situación. En cuanto a la educación, el Ministerio de Educación señala que la tasa de abandono escolar en periodo lectivo 2023-2024 es de 1,75%. En salud, Oña cree que un tema preocupante es la desnutrición crónica, pues los efectos se extienden al resto de sus vidas.
Sin reglas y límites ¿Cuáles son los riesgos para los adolescentes?
En Ecuador, la adolescencia transcurre entre riesgos que se amplifican por la desigualdad social, la falta de comunicación y la ausencia de límites. La psicóloga clínica, Andrea Traversari, apunta que entre adolescentes de bajos recursos, los factores de riesgo más comunes son: violencia intrafamiliar, abuso físico o emocional, bajo rendimiento escolar, depresión y ansiedad asociados al estrés económico. También está la explotación laboral y sexual.
La psicóloga y terapeuta, Maribel Romero, coincide en que, sin importar si tienen o no dinero, acceden a drogas y alcohol. La diferencia está en la calidad de lo que consumen o a lo que acceden. En unos será guanchaca (licor artesanal) y en otros whisky, pero el riesgo de dependencia es el mismo. Mientras más temprano empiecen, más alto es ese riesgo. Unos van a fiestas en el sur de Quito o de Guayaquil y otros van a la megafiesta en un departamento alquilado de Airbnb, en donde también hay sexo libre.
La exposición a redes sociales, material pornográfico, ya sea fuera o dentro del hogar, puede variar en el número de horas y cómo acceden, pero al final a ambos grupos impacta en sus relaciones interpersonales y en qué imagen están construyendo de sí mismos.
Hay que tomar en cuenta-agrega Romero-que el adolescente está conociendo el mundo y quiere ser independiente, necesita probar, experimentar y está movido por un impulso. Pero si no tiene límites, reglas, alguien que lo acompañe en el proceso, los riesgos son más grandes. Y, en consecuencia, se desencadenan problemas más complejos: depresión, ansiedad, trastornos de personalidad. Traversari añade autolesiones, aislamiento, trastornos alimenticios, entre otros.
A esto se llega cuando los padres primero no saben manejar sus emociones. No se trata solo de pagar un psicólogo. Hay que leer, buscar asesoría, hablar con otros padres, interesarse. “Un adolescente necesita que alguien le diga: ‘Tienes permiso hasta tal hora’. Necesita normas”.
Síntomas similares, dos contextos distintos
En el caso de Xavier (nombre protegido), la psicóloga Traversari explica que la exposición continua a la violencia ocasiona un estrés postraumático. Además, hay un trastorno depresivo mayor, marcado por sentimientos de abandono, inutilidad y desesperanza. El consumo de alcohol y drogas es otro problema significativo junto con un trastorno de conducta que se manifiestan en robos, agresividad y rebeldía. Su desregulación emocional se refleja en impulsividad e insensibilidad al riesgo. Las consecuencias de estos problemas: detención policial por actos delictivos, desvinculación del sistema educativo, perpetuación del ciclo de pobreza y violencia, y un alto riesgo de ser judicializado.
Camila, en cambio, presenta trastorno de ansiedad generalizada, por una preocupación excesiva por fallar o no estar a la altura. Al igual que Xavier tiene trastorno depresivo mayor, con síntomas como tristeza profunda, vacío emocional y pérdida de motivación. Para gestionar sus emociones, Camila recurre a autolesiones no suicidas. Esto la condujo a un intento de suicidio y hospitalización, reestructuración forzada de la dinámica familiar, urgencia de intervención terapéutica multidisciplinaria.
La desregulación emocional es común en ambos, manifestándose en impulsividad y explosiones de ira en Xavier, y en autolesiones en Camila. La ansiedad es otro punto en común, aunque se presenta de manera diferente: en Xavier, como una respuesta a la violencia y el abandono; en Camila, como una preocupación excesiva por no cumplir con las expectativas.
El acompañamiento familiar no se reemplaza
En 2023, 812 adolescentes de entre 12 y 17 años fueron separados de sus familias y enviados a centros de acogida institucional. Esta es una medida temporal y extrema de protección que solo puede ser ordenada por un juez. Las principales razones son el abandono, el maltrato y la negligencia.
Los adolescentes en situación de vulnerabilidad necesitan más que techo y comida. Según la psicóloga Traversari, requieren seguridad emocional, estabilidad económica básica, afecto y apoyo constante. Es fundamental dar un entorno seguro, donde se sientan valorados y respaldados emocionalmente.
Las necesidades varían según el contexto social. En familias de clase media-alta, dice Traversari, los adolescentes buscan validación emocional real, que los escuchen de verdad, menos presión por expectativas irreales. Los padres deben ofrecer apoyo equilibrado y fomentar la comunicación abierta.
La psicóloga Maribel Romero coincide en que el acompañamiento familiar no se reemplaza. Esto implica que, por ejemplo, no se priorice el consumismo, estatus social y laboral sobre las necesidades de los hijos.
Llama a mirar más allá de la casa. “Hay que interesarse por lo que pasa en el barrio, en la escuela, en la comunidad. Se habla mucho de lo que falta, pero pocos se preguntan qué pueden hacer desde su lugar”.
Propone que los municipios realicen estudios para conocer las verdaderas necesidades de sus comunidades. Y con esos datos deberían abrir programas que ocupen el tiempo libre de los adolescentes.