Cuando visité una cárcel de la Stasi, la fuerza represora de la ex República Democrática Alemana, el guía, un alemán que estuvo preso y fue torturado, narraba que en esa prisión las mayores crueldades no fueron cometidas por los alemanes, sino por el estalinismo que controló por algún tiempo ese país.
Stalin, sucesor de Lenin en el comando de la ex Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, fue un autoritario que en nombre de la revolución bolchevique cometió toda clase de atropellos y persecuciones por razones ideológicas. Veía enemigos por todas partes, su régimen reprimió a millones de personas y causó la peor recesión económica.
Los dueños de la verdad, en todo proceso de cambio, se convierten en los peores enemigos de la revolución. Uno de los principales dirigentes de la revolución rusa fue Lev Davídovich Bronstein o León Trotski (1879-1940), quien primero fue desterrado en su propio país y luego enviado al exilio.
Perseguido sin tregua, fue asesinado durante su destierro en México. Stalin no descansó hasta acabar con Trotski, autor de varias obras, entre las que destacan ‘La Revolución traicionada’.
En el libro escrito por Leonardo Padura, nacido en La Habana en 1955, se narra una historia titulada ‘El hombre que amaba a los perros’, que refleja claramente las ideas revolucionarias de Trotski y su vida en el exilio.
Hay un fragmento textual que describe lo que piensa el ruso de origen judío sobre los revolucionarios que se llenan la boca de consignas, pero que en la práctica toman al proceso de cambio apenas como un pasatiempo. La cita:
“Hoy he recibido una noticia que pone de relieve la mezquindad de personas como ustedes, que apenas pasan de ser bolcheviques de salón y para los cuales la revolución es un pasatiempo. Ustedes, que no han sufrido en carne propia la represión, la tortura, el invierno en los campos de trabajo, tienen la posibilidad de renunciar a la lucha cuando esta no cumple sus expectativas de éxito y protagonismo. Pero el revolucionario verdadero empieza cuando subordina su ambición personal a una idea. Los revolucionarios pueden ser cultos o ignorantes, inteligentes o torpes, pero no pueden existir sin voluntad, sin devoción, sin espíritu de sacrificio. Y como para ustedes esas cualidades no existen, les agradezco que tan diligentemente se hayan apartado del camino”.
Revolucionarios que llegan al poder y se convierten en burgueses, son incapaces de admitir la discrepancia, se llenan de consignas y propaganda para mantener un estatus quo y privilegios que nunca antes tuvieron.
Apoyados siempre en la fuerza que da el poder son incapaces de aceptar la crítica. Trotski les dijo clarito a los pseudo revolucionarios por dónde era la movida. 70 años después siguen cometiendo los mismos errores.