Así en la paz como en la guerra

No olvidaré aquel día de 1965 cuando en la Place de la Republique, en París, siendo yo un estudiante de Letras e Historia del Arte, fui parte de una eufórica multitud que escuchaba y aclamaba al General Charles De Gaulle quien, en esos días, buscaba la reelección como presidente de Francia. De elevada estatura, corpulento y enhiesto, de nariz prominente y avizorante mirada, el General hablaba desde un podio improvisado. Verlo, desde un extremo de la plaza, me pareció unintemporal moáis, gigantes de granito que desde una colina vigilan las costas de la isla de Pascua.

¿Quién no recuerda la atrevida misión que asumió el general De Gaulle en los aciagos días de la invasión nazi a su patria, allá en el año 1940, cuando desde el exilio, en Londres, proclamó la Francia Libre, la Francia combatiente e invitaba al pueblo francés a no dar tregua al invasor, a resistir a las huestes de Hitler? Lector de Maurice Barrès, aquel intelectual romántico y nacionalista (“la terre et les morts”) y cercano al patriotismo militante de un Charles Péguy, el poeta de Juana de Arco, la legendaria heroína medieval reivindicada, entonces, como símbolo de la resistencia ante el invasor.

Terminada la guerra, De Gaulle se convirtió en el ciudadano destinado a presidir el gobierno provisional de la República con la misión de restablecer el orden y la democracia en una Francia devastada. En 1958 y bajo su inspiración se redactó y aprobó, por referéndum, la nueva constitución del Estado que dio lugar al nacimiento de la Quinta República Francesa vigente hasta ahora. Diez años después, en el 68, la generación juvenil de entonces irrumpió en las calles de París reclamando cambios radicales en las estructuras del poder. Influidos por movimientos anarquistas y de izquierda, los rebeldes de mayo del 68 si bien no liquidaron el gaullismo, si apresuraron la retirada del General De Gaulle quien, un año después, renunció a la presidencia de Francia.

Así, en tiempos de paz como en tiempos de guerra irrumpen con frecuencia líderes excepcionales que, en los momentos más cruciales de la historia de una nación, asumen para sí los más grandes retos y esperanzas de sus pueblos. Si así fue con De Gaulle, también lo fue con Eisenhower quien comandó la ofensiva aliada contra el Tercer Riech. De heroicas ejecutorias y valiosos servicios a su patria puede ostentar también el General Paco Moncayo. A todo señor todo honor. En 1995 Paco Moncayo comandó con éxito el ejército ecuatoriano cuando la guerra del Cenepa. El pueblo de Quito lo eligió su diputado a la Asamblea Nacional y, en dos ocasiones, su Alcalde Metropolitano. Si en la guerra Moncayo demostró ser un valiente estratega, en la aparente paz de la Alcaldía quiteña supo desplegar sus dotes de eficiente y honesto administrador de su ciudad.

jvaldano@elcomercio.org

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