En carta abierta publicada hace unos días en el portal 4 Pelagatos, en la cual acusa a Hugo Idrovo de haberse convertido en propagandista del Régimen, Roberto Aguilar plantea que el papel político de los intelectuales y de los artistas “no puede ser otro que la crítica”, y que ellos “no pueden renunciar a su función crítica sin traicionarse a sí mismos”.
¿Por qué no puede el papel político de los intelectuales y los artistas ser “otro” que la crítica? ¿Por qué no pueden renunciar a su función crítica sin traicionarse a sí mismos? ¿No tiene más sentido plantear que el papel social y político de los intelectuales, y más aún, de todo ser pensante y responsable, es continuamente analizar, sopesar, discernir, y luego decidir si cuestiona y critica o si, al contrario, aplaude y apoya, caso por caso, idea por idea, propuesta por propuesta?
En el centro del debate entre esas dos formas de entender el papel de los intelectuales y artistas está uno de nuestros mayores problemas: el deseo de los detentores del poder y la autoridad de que todos seamos incondicionales. El caudillo, el jefe, el capataz, el amo, no pide reflexión ni discernimiento. Lo que pide es ciega e irrestricta obediencia, como la que se le exigió a Fernando Bustamante y él aceptó hasta el día en que despertó de la pesadilla.
Roberto Aguilar critica a Hugo Idrovo por ser propagandista incondicional. Pero le pide que se vuelva crítico incondicional “para no traicionarse a sí mismo”. El problema, me parece, no es que sea propagandista o que sea crítico, sino que sea incondicional, en cualquiera de los dos roles.
Creo que más bien debiéramos pedirles a todos los incondicionales, tanto los que se declaran “a favor” como los que se declaran “en contra” de lo que sea, que dejen de apoyar o criticar incondicionalmente y comiencen (o regresen) a ejercer su capacidad, su derecho, su obligación moral de pensar con independencia y de no someterse a esa infamante idea de que nos traicionamos a nosotros mismos si estamos de acuerdo con algunas de las cosas que dicen o hacen aquellos a quienes por otras pudiésemos criticar.
No rechazar la incondicionalidad, sea del que critica o del que apoya, es renunciar a nuestra libertad de pensamiento y, en consecuencia, hacerles el juego a los enemigos de la libertad, como aquel que alguna vez me dijo, “Liberas gente y creas caos”, que buscan acallar el debate y establecer una sola verdad, presas de miedo al pensamiento libre.
Hay mucho de lo que ha hecho y está haciendo el actual Régimen con lo cual concuerdo. Hay, por otro lado, mucho con lo que discrepo. La mente libre ejerce su condición de tal precisamente cuando se niega a ser encasillada en ortodoxias rígidas, en “la línea” del partido, del movimiento, de la causa, o en la de una oposición cerrada e inflexible.