La legitimidad
Escribo inmediatamente después de las elecciones del domingo 2 de abril. El Consejo Nacional Electoral ha anunciado un ganador, quien también se declara tal. ¿Es legítima su victoria? En caso de ser ungido Presidente, ¿ejercerá el cargo legítimamente? Estas dos preguntas nos llevan a tres otras, que exploro acá: ¿Existen dudas acerca de si es o no legítima esa victoria? ¿Cuál es la base de la legitimidad? Y por último, ¿Por qué importa la legitimidad?
Dudas existen. El candidato opositor declara tener evidencias de que en ciertas provincias se han “invertido los números”, asignando a un candidato los que corresponden al otro. Existe el incidente de funcionarios de la SENAIN, que en Ibarra transportaban supuestas papeletas electorales ya llenadas a favor de un candidato, las cuales, se ha argumentado, eran parte de un proceso de encuestas. Por otro lado, no pongo todo en duda: he verificado que en la página web del CNE están reportados correctamente datos de los cuales puedo dar fe, porque mi esposa y yo fuimos observadores electorales, de ciertas juntas en Pichincha.
¿Cuál es la base de la legitimidad? La total transparencia, que deja claros los hechos más allá de duda razonable. Si los números en ciertas provincias han sido invertidos o están errados por cualquier motivo, se pueden y deben rectificar. Los hechos del asunto en Ibarra también son susceptibles de demostración clara y convincente. Y si luego de un proceso honesto, en representación de instituciones confiables, se confirma el resultado primero anunciado por el CNE, el candidato del actual gobierno será el legítimo Presidente electo. Al contrario, si no se despejan las dudas, quedarán sentadas bases para cuestionar su legitimidad.
¿Por qué importa esa legitimidad? Creo que por tres motivos.
Primero, para nosotros los gobernados, saber que su poder en efecto emana de la Constitución y de la ley, y no de un acto tramposo, hace una importante diferencia en nuestra voluntad de acatar disposiciones gubernamentales y de trabajar con (no en contra) de las autoridades.
Segundo, para nosotros los gobernados, y para los gobernantes, hace diferencia saber que nuestro mandatario goza del respeto de los demás gobiernos y de las instituciones del mundo, y que su reconocimiento diplomático y el trato que recibirá es y será sincera muestras de respeto, legítimamente ganado.
Y tercero, para quien nos gobernará, no puedo imaginarme que no sea importante saber que ganó en buena lid, y no de manera tramposa. Toda persona vive, en su mayor intimidad, con su propia conciencia. ¿Podrá ser lo mismo saber que uno ganó limpiamente, que saber que uno “ganó”, pero con trampa? Por mucho que alguien trate de convencerse que da lo mismo, no da lo mismo.