“El tiempo vuelve a pasar, pero no hay primavera en anhedonia. El tiempo vuelve a llorar, pero no hay primavera en anhedonia”, dice una canción de Charly García. La anhedonia es como una boa constrictor, te atrapa, te envuelve, te asfixia y te rompe. La anhedonia es la incapacidad de una persona de sentir emoción, placer, interés. Es mirar la vida como un viajero sentado en una estación esperando un tren que no llega. El letargo. Un síntoma claro de depresión.
En el mundo, de acuerdo con datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), 300 millones de personas vivimos con depresión. Afecta, en mayor medida, a adultos de entre 60 y 64 años; y es la segunda causa de muerte entre quienes tienen de 15 a 29 años.
El suicidio reciente de la actriz española Verónica Forqué puso el tema en conversación. Vi su última aparición pública, en la que confiesa “la verdad, estoy regular. Necesito descansar. (…) Yo no soy de tirar la toalla. Pero esta vez hay que ser humilde y decir: ‘No puedo más’”. Sus palabras fueron como el sonido de un gong directo en mi oído: ¡BUM! Cuántas veces una ha querido decir ya no puedo más, porque estamos viviendo por inercia. La depresión es un asunto de salud pública: no es material de cotilleo, ni un titular para farándula. Esto mata.
Según un informe de la Organización Panamericana y Mundial de la Salud, los problemas de salud mental producen más de un tercio de la discapacidad total en las Américas; y los países destinan únicamente el 2% del presupuesto a su prevención y abordaje. ¿Sabían que los trastornos depresivos son la principal causa de discapacidad?
Acceder a tratamiento en Ecuador es un privilegio. Una consulta con un profesional puede oscilar entre 40 y 60 dólares, demanda tiempo y paciencia. En un sistema que te exige rendir y mostrar tu ‘mejor versión’, hay pocos espacios para hablar con normalidad de una enfermedad que afecta a más personas de las que podemos imaginar. En una época en que las redes sociales y sus filtros maquillan la realidad, es fácil pasar ciertas señales desapercibidas.
La pandemia por coronavirus también deja un impacto brutal en la salud mental. Se sabe que las consecuencias serán complejas. “Estoy fundida mental, psicológica y emocionalmente”. “Es el resumen de 2021”. “Me preocupa este nivel de tostadez generalizada en el mundo y todo sigue como si nada, pero nadie quiere nada”. Es el intercambio de mensajes en un grupo de amigas hace unos días. Basta rascar un poquito para descubrir que muchos estamos resistiendo. Quiero creer que incluso quedarse quieta y expectante mientras pasa el huracán también es resistir.
La depresión no es estar triste. La tristeza es parte del vaivén que es la vida. No me atrevería a definir qué es; solo sé que se siente como un matiz de emociones y sensaciones que amasan el cerebro de quien la padece, haciéndolo mutar entre el dolor, la pena, la ira, la rabia o la misma nada: una línea recta al frente por la que se camina sin mirar hacia dónde.