La libertad de expresión es aquel derecho romantizado del cual nos hablaron desde que éramos pequeños.
Hemos escuchado cientos de discursos sobre su importancia y su rol social, de tal manera que hemos concebido un concepto formal que no toma en cuenta el trasfondo de este derecho.
Es el momento de pensar más allá del concepto que construyeron en nosotros.
Es realmente conflictivo hablar de un derecho que, a pesar de considerarse universal, en la práctica su acceso está limitado.
Manifestar y difundir libremente ideas, opiniones o informaciones necesita de los medios para realizarlo, condiciones que no cualquier persona posee. Podemos afirmar que, en la realidad, la regla es la limitación a la expresión y la libertad su excepción, pero ¿permitir un uso sin lÃmites generará consecuencias positivas?
Las acciones a favor de la protección y ejecución de un derecho en su mayorÃa son catalogadas como acertadas al tomarlas desde un enfoque general, mientras que al analizar de manera profunda quizá nuestro criterio varÃe. Es ya un cliché que nuestros derechos terminan donde empiezan los derechos de las demás personas, algo que en lo cotidiano resulta banal.
Las múltiples expresiones no constituyen en su mayorÃa comentarios pertinentes, acertados o verdaderos; es común que vulneren derechos como la privacidad e intimidad sin tener consecuencias por hacerlo.
En una era digital, donde gracias a las redes sociales, un criterio puede ser difundido masivamente y generar gran repercusión, estamos rodeados de declaraciones que afectan a la sociedad.
A pesar de concordar con la importancia de contrarrestar los factores que dificultan el acceso a la libre expresión; considero necesaria una limitación a este derecho por parte de la sociedad, mas no del Estado. Una limitación a la visibilidad que se le da a las expresiones, de tal manera que cobre verdadera importancia la expresión por su contenido y no tan solo por su emisor.
Tal vez asà logremos compensar los perjuicios de años de libertinaje disfrazado de derecho.