Esperanza Guadalupe Llori -primera mujer indígena en dirigir la Asamblea- no es una recién llegada. Abogada y defensora de DDHH, ejerció la Alcaldía de Orellana y la prefectura de su provincia. Fue encarcelada por sabotaje y terrorismo por Correa acusada de participar en la huelga de Dayuma contra las petroleras. Soportó malos tratos y humillaciones. Algún momento fue ícono de la resistencia al poder y a las empresas extractoras.
Su elección como Presidenta no fue fácil. Un pacto extraño entre Lasso, Correa y Nebot se inclinaba por Kronfle del PSC. Al arrepentirse Lasso del acuerdo se abrió el camino para que un Pachakutik ascendiera… Guadalupe, Mamá Lupita, curtida en la lucha social, fue elegida.
El camino resultó pedregoso. La formación y experiencia quedaron cortas. Algunas medidas turbias -derroches, viajes, promoción- mostraron sus limitaciones… Y la dejaron sola su bloque, sus aliados. Nadie apoyó la construcción de una mínima agenda legislativa. Guadalupe y su puesto se retorcieron y confundieron las prioridades.
La señora sigue ahí defendiendo su metro cuadrado con todas las artimañas, incluidos recursos judiciales. Su destino, sin embargo, parece marcado. Una veloz comisión multipartidista avanza hacia su destitución. La evaluación es el pretexto. Para esta comisión filo-correísta el trofeo no es Llori. Es el trono que deja.
Bajarse la Presidenta tiene significado real y simbólico. Sirve para exorcizar la Asamblea y culpar a alguien por el descrédito. Pero Llori refleja la asamblea de cuerpo entero: apetitos personales, incapacidad de diálogo, ineficiencia, dispersión, inmediatismo, discurso cínico, distancia de ciudadanos. Un circo de estrellatos particulares.
En términos reales significa que el recambio (Saquicela frota sus manos) impondrá la ruta de mayoría. En poco tiempo se acercará a la presa soñada: el Consejo de Participación y los organismos de control… En la otra orilla, el bloque oficialista languidece sin alternativas… La impunidad sonríe.