El Gobierno no acaba de aterrizar. Continúa encaramado en la nube celestial que nos dejó el papa Francisco. Cuando el Presidente declara que lo peor de las protestas ya pasó, mientras tiene por delante un mes de movilizaciones, marchas campesinas, un paro nacional y eventualmente un levantamiento indígena, exhibe una total pérdida del sentido de la realidad. Ya no se trata del clásico ardid político para minimizar la ofensiva de la oposición o para desviar la atención de la gente. Es pura ilusión.
En política, una cosa es fingir o disimular y otra muy distinta es abstraerse de la realidad. Partir de supuestos falsos conduce inevitablemente al error.
Y el régimen lleva meses respondiendo desde supuestos imaginarios. Esto explica no solo la seguidilla de desatinos en los cuales ha incurrido, sino la pérdida de iniciativa y la errática reacción ante la última crisis política.
Cada respuesta del oficialismo ha provocado efectos inversos, desde las primeras medidas contra la baja del precio del petróleo hasta la visita del Papa.
El empantanamiento en que ha caído la convocatoria al diálogo nacional también es producto de esta desconexión. Por ejemplo, suponer que aún conserva la iniciativa política cuando ha sido desbordado y arrinconado por las protestas ciudadanas.
El Gobierno no da la más mínima señal de que promueve un diálogo posible. Posible: es decir, acorde con las nuevas condiciones que quedaron luego de la convulsión de junio pasado.
Todo lo contrario. Llevamos días escuchando declaraciones de funcionarios del más alto nivel que ni siquiera se han puesto de acuerdo entre ellos.
La arbitrariedad con que cada uno aplica los criterios de selección no garantiza a ningún actor social ni político su inclusión en el diálogo.
Llama la atención, además, que para esta peregrinación hayan recurrido a los medios de comunicación estigmatizados por Correa y no a la prensa sumisa. ¿Otra muestra de incoherencia?
Los excomulgados por el Presidente son ahora invitados por un melifluo Ministro de Relaciones Laborales, sin que medie ninguna explicación razonable para esta reconsideración de última hora.
Una invitación tan empalagosa, surgida en medio de la desesperación por el anuncio de paro nacional, siempre provoca suspicacia. ¿Una trampa? Se preguntan, con toda razón, las centrales sindicales y la Conaie. Sobre todo porque el convocante –es decir el ministro Carrasco– se ha dedicado durante los últimos tiempos a la ingrata tarea de dividir al movimiento obrero. Y otros funcionarios han hecho lo mismo con el movimiento indígena.
De paso, quieren meterles en el mismo saco que a las organizaciones creadas por el correísmo. ¿Pretenden darle el mismo estatus a las organizaciones populares históricas que a esos engendros salidos del esquirolismo verde flex?