Ecuador 0 Colombia 2

Seguimos disfrutando del triunfo de la selección. Es la primera vez que hacemos seis goles y le ganamos a un muy difícil equipo como el colombiano. No hay duda, los triunfos levantan el ánimo, nos llenan de orgullo y, especialmente en estos momentos, nos ha brindado algo de esperanza y sentido de unidad. Las victorias, las actuaciones épicas nos alegran y nos recuerdan que no todo es tan oscuro como nos lo pintan quienes buscan sacar ventaja de ese sentido de desesperanza que se expande con la pandemia, la crisis económica y el incremento de la inseguridad.

A propósito del partido fue inevitable recordar lo sucedido hace cuatro años, cuando perdimos; algunos analistas deportivos sostienen que eso marcó de forma definitiva a un equipo que no logró clasificar al Mundial y constatamos atónitos hasta donde podía llegar la descomposición ética de quienes estaban en el poder en ese momento.
Para quienes lo han olvidado, era un 28 de marzo del 2017, quedaban cinco días para las elecciones presidenciales, el estadio Atahualpa tenía un lleno completo; hasta allí llegó el entonces candidato Guillermo Lasso con algunos de sus partidarios. En un ambiente extraño, miles con vuvuzelas y megáfonos, en una acción claramente organizada, gritaban consignas en su contra, evitando que se escuchara las que se dirigían contra el gobierno. Al final se produjeron agresiones físicas contra Lasso.

Durante semanas se especuló sobre la forma en que estas personas habían obtenido las entradas, se denunció que el ingreso de los violentos fue financiado con recursos públicos, que era una acción planificada y que la Federación Ecuatoriana de Fútbol tuvo una activa participación en el incidente: entregó las entradas para que los violentos puedan ingresar al estadio, permitió el ingreso de las ruidosas vuvuzelas e incluso puso en los altoparlantes música a muy alto volumen para generar más ruido. Todo fue tan obvio, y la acción política tan clara que la FIFA multó a la Federación Ecuatoriana, entre otras cosas, por violar la prohibición de “…promoción o … anuncio por cualquier medio de mensajes políticos o religiosos o cualquier otro acto político o religioso en el estadio o sus inmediaciones antes, durante y después de los partidos”.

¿Por qué ensombrecer un buen momento con un mal recuerdo? Porque debemos negarnos a que la desmemoria se instale, a que perdamos en el ruido de la campaña los abusos a los que llegaron los que estaban en el poder para acallar al otro, intimidando, usando medios violentos y recursos públicos. Seguros de la impunidad que les brindaba el control institucional, no se medían; ese día la víctima fue Lasso, pero en realidad el nombre no importa, importan las formas que retratan a los que ahora están nuevamente en campaña, buscan regresar, invocan valores democráticos que no seguían, principios que inobservaron y honestidad que no demostraron; un mal presidente dejado por ellos no borra sus abusos y excesos.