Golpeado por los cuatro costados, Ecuador atraviesa la peor crisis económica, sanitaria y social de su historia.
Varios aspectos componen el tétrico panorama. Y una de las salidas es la cooperación abundante y sostenida de la comunidad internacional.
Las aún no consolidadas cifras de contagios y muertes, muestran uno de los escenarios regionales más críticos. La expansión rápida, la frágil infraestructura sanitaria, los magros recursos y los desatinos lo explican.
La dependencia de productos primarios, castigados por la pandemia a escala global, conforman un mapa económico sin atenuantes.
El petróleo fue durante décadas el sueldo del Ecuador y su precio internacional se cayó al piso. Las exportaciones en auge durante algunos años en flores, camarón, banano y otras frutas se desbarataron por la contracción de los mercados mundiales.
Las remesas de los ecuatorianos en el exterior vienen principalmente de Estados Unidos, España e Italia, tres de los países con más crisis sanitaria.
La paralización urgente y larga agotó el tejido productivo y los impuestos no llegaron a la caja fiscal.
El Fondo Monetario Internacional declaró la recesión mundial. Más de 80 países apelaron al apoyo urgente.
Ecuador lo hizo pero no está considerado como país pobre sino de renta media. Pero la realidad es que en el país hay grandes desigualdades y muchos pobres.
La mala economía mostraba un deterioro de la caja fiscal que ya para marzo se atisbaba insostenible. La protesta social de octubre, más los intentos antipatrióticos y desestabilizadores hicieron más daño.
Mientras los multilaterales extienden créditos emergentes tanto para la salud y la enferma economía, hay que apelar a otras fuentes solidarias.
La Unión Europea ya se compromete y entrega recursos. Estados Unidos se ha manifestado en nichos específicos de ayuda.
China ha enviado insumos y lo mismo ha hecho Corea del Sur. Ningún esfuerzo es suficiente y la solidaridad con Ecuador, uno de los países más golpeados, debe seguir llegando desde sus socios y amigos.