Fue el domingo a las 08:00. Un conductor de autobús dio la alarma. En el kilómetro 10 de la vía Panamericana Norte, cerca de la zona del puente que atraviesa el río Guayllabamba, se produjo un deslizamiento de tierra y rocas. A más del riesgo a la seguridad de viajeros, el derrumbe provocó un embotellamiento vehicular de proporciones.
Los autos que debían llegar a Quito en pocos minutos tuvieron que reorientar su travesía y dar una larga vuelta por las localidades de Guayllabamba, la Y de Santa Rosa de Cusubamba, El Quinche, Yaruquí, Tababela, donde se encuentra el nuevo aeropuerto de Quito.
El esfuerzo del personal que manejaba la maquinaria de caminos y de los policías fue encomiable pero la congestión, evidente. La remoción de material en el sector se prolongó más de lo previsto.
El Ecuador es un país vulnerable, la topografía es serpenteante y las montañas obligan a desfiladeros apretados. La fragilidad se desnuda de modo muy recurrente.
Un deslave como el del domingo nos invade de preguntas. El destino de los viajeros del aeropuerto se compromete y la dependencia, por ahora, de una sola ruta, desde y hacia Quito, desnuda la vulnerabilidad.
¿Qué pasa si un derrumbe o un sismo cortan el puente sobre el río Chiche? ¿Qué ocurre si el bloqueo a la capital con más de 2,2 millones de habitantes es mayor? ¿Habrá planes de contingencia y de evacuación y acceso en caso de catástrofe?