El político que quiera dirigir el Estado de manera sabia y democrática debe tener conocimientos básicos de historia, economía y administración pública. Debe cultivar su inteligencia emocional para superar las tensiones del cargo. Debe honrar la palabra. Además, debe rodearse de colaboradores críticos y serenos. Asesores ignorantes de la realidad o guerreristas no ayudan, menos aún en las crisis. Tampoco comunicadores incendiarios.
La Historia señala que tras cualquier levantamiento hay un acumulado de necesidades sociales no canalizadas. Encausarlas a tiempo produce pueblos tranquilos y contentos. Cero paros.
Si la respuesta al reclamo es la represión, se agitan más las aguas. En la experiencia reciente, el gobierno, por desconocimiento de las culturas de su pueblo, puso más gasolina al fuego, transformando un paro, que podía ser resuelto con diálogo oportuno en las primeras horas, en un estallido de proporciones colosales: violencia incontrolada, muertes, millonarias pérdidas.
La cultura andina se fundamenta en lo colectivo. Los dirigentes y las decisiones surgen y retornan a la comunidad. En la interacción, el colectivo se auto regula, logra equilibrios, contiene a los oportunistas y extremistas, despierta a los impávidos. Esto lo vimos en vivo y en directo en la dramática construcción del acuerdo en la finalización del paro.
Meter preso y descalificar al máximo dirigente de la CONAIE, cerrar la Casa de la Cultura (centro emblemático y ritual de los levantamientos), provocó y despertó al gigante. Tras él, de forma oportunista, se colaron “golpistas”, extremistas e incluso lumpen delincuencial. Con mucho esfuerzo el movimiento indígena puso distancia de estos grupos, aunque la prensa hizo una sola masa de esa diversidad, despertando rencor.
Aunque tarde se llegó a un acuerdo que tiene que cumplirse con vigilancia ciudadana y con fortalecimiento dentro del gobierno de la tendencia ecuánime frente a los guerreristas. Cumplimiento y confianza evitarán otro alzamiento.