En Montecristi, el presidente Lenin Moreno dijo:
“No quiero tener un museo dentro de Carondelet, donde se reproduzca mi foto 100 veces. No quiero poner mis honoris causa. No quiero llamar a mis embajadores para que, por favor, me den consiguiendo honoris causa en universidades. No pongan nada a mi nombre. La cédula será lo único que tendrá mi nombre en el futuro”.
Rafael Correa Delgado resolvió transformar el Palacio de Gobierno en un museo dedicado a celebrar su imagen personal, a perpetuar su figura en el espacio público.
La palabra “República” viene de la raíz latina “Res pública”, cosa de todos. Los espacios públicos son de todos, especialmente el Palacio Nacional, también llamado de Carondelet. Allí funcionaron al principio los máximos organismos del Estado. Y ahora es la sede oficial de la presidencia de la República. Debe ser, ante todo, un monumento público.
Si alguna exhibición debería haber allí es una que de cuenta de la historia del país, del propio edificio y de la Plaza Grande, de la que forma parte. Quienes entren allí deberían poder conocer la trayectoria del palacio y su entorno, referidas al gran proceso de desarrollo de la nación ecuatoriana. Algunos espacios del palacio deberían estar dedicados a recordarnos su papel en nuestra historia, cuyo protagonista fundamental no son los presidentes o los dictadores sino el pueblo ecuatoriano. Desde luego que deberían estar presentes los mandatarios, como García Moreno por ejemplo, que fue asesinado allí, pero también debería haber espacio para la gente del común de la Plaza Grande, que es actora central de nuestra vida nacional.
Pero Correa resolvió transformar el Palacio de Gobierno en centro de exhibición de sus “recuerdos” y de sus “logros” personales, con regalos recibidos, imágenes de sus viajes, diplomas de sus doctorados “Honoris causa”, obtenidos por presiones políticas y no méritos académicos; una serie de fotos en que él es la figura central y otros ítems que exaltan su imagen. En esto, ni siquiera fue original. Cosas similares hicieron Trujillo, Stroessner, Somoza, de quienes ha sido aprendiz más o menos aprovechado.
Para haber transformado una parte del Palacio Nacional en museo del autobombo y la vanidad personal se necesita tener poco sentido de la realidad o una buena dosis de delirio de grandeza. Sea cual fuere la causa, el país no puede aceptar que un déspota, que se ha apropiado de los símbolos nacionales, lo haga también con el palacio. No se debe permitir esa apropiación, ni la impunidad, la corrupción, el despilfarro o el atropello. Por ello, siguiendo un criterio nacional y la voluntad del Presidente, se debe desmantelar esa muestra grosera del autoritarismo y dedicar los espacios del Palacio Nacional a su memoria y a la del pueblo ecuatoriano.