Es probable que en la votación del 19 de febrero se produzca una notable cantidad de votos blancos y nulos.
Los ciudadanos que no han decidido aún por cual candidato sufragarán, son muchos: tal parece que a un amplio sector de la población votante no le interesa el actual torneo.
En cuanto a la votación misma, el ciudadano común puede individualizar a los candidatos a la Presidencia y Vicepresidencia; pero nada en un mar de desconocimientos sobre los centenares que aspiran llegar a la Asamblea Nacional, al Parlamento Andino, a las Juntas Parroquiales, etc., etc. que no se sabe cuántos son, porque la modalidad de dividir la votación en zonas dentro de la misma ciudad; o de adherir varias listas a la del candidato presidencial, provocan confusión.
El día de la votación –y hablo por experiencia- el ciudadano es parte de una hilera que avanza lentamente. Al arribar a la mesa recibe varios papeles, de diverso tamaño, llenos de pequeñas fotografías de los candidatos. Si no tuvo conocimiento exacto de la lista y el lugar donde debe completar una cruz, empieza a tratar de localizar la foto, pero demora. Pronto, los demás ciudadanos comienzan a presionarle, inclusive con frases descomedidas: señor, señora, apúrese; no le llamaron para que duerma y similares. El azorado votante traza una línea por donde le salga y anula el voto; o dobla las papeletas; y, sin más, las introduce en la urna. Ese voto es blanco.
Con el ánimo de disponer de alguna información directa he interrogado a varios por qué actuaron de esa manera. La respuesta: bueno, después de todo, yo vine a votar solamente porque necesito el “papelito”; es decir el certificado de votación, que le exigen en todas partes.
¿A quienes benefician los miles y miles de votos nulos y blancos? A nadie.
Por allí circula la versión de que se suman al candidato que ocupa el primer lugar. Pero cabe recordar que el Art. 143 de la Constitución, al referirse a la elección de Presidente y Vicepresidente, dispone que … “serán elegidos por mayoría absoluta de votos válidos emitidos”. Y cuando habla de Democracia Directa, en el Art. 106, vuelve a mencionar, en el inciso segundo … “mayoría absoluta de los votos válidos”. Si, por alguna circunstancia la votación nula y blanca del 19 de febrero quieren obsequiarla a quien tenga el primer lugar, se incurriría en fraude por violación abierta de la Constitución de la República.
Lo nulo no puede convertirse en válido; como tampoco el voto de los muertos subsistentes en el padrón electoral.
Ser elegido Presidente, en la situación actual, no será apetecible: deudas por pagar en lo interno e internacional; obras por hacer; servicios públicos necesitados de atención y suministro; impuestos que agobian; harán del nuevo gobierno una vida de cuadritos, peligrosa para la estabilidad y subsistencia.