A vueltas con el feminismo he visto la película “Visión”, el retrato que Margarethe Von Trotta hace de Hildegarda de Bingen, una mujer que apostó por su liberación en medio de un mundo tóxicamente masculino. No es poco en los albores del siglo XI alemán, en la Edad Media pura y dura.
La película, hermosa aunque un tanto fría y minimalista, nos presenta a una mujer excepcional y, al mismo tiempo, el impacto político de alguien que, mil años después, es reconocida como santa y doctora de la Iglesia; una vez más, lenta pero segura (me refiero a la Iglesia). No es una película para ver adormilado, sino para gozar y escuchar en el silencio interior. Bellísima la actuación de Bárbara Sukowa, la recreación de los ambientes y la creciente afirmación de una personalidad que tiene que luchar con poderes e intereses no siempre puros. Ella vive convencida de que en su corazón es Dios quien habla. Como tantas veces ocurre, lo mejor de la película está debajo de la superficie.
No resulta fácil comunicar las íntimas visiones y certezas, pero en el medioevo resultaba especialmente peligroso, algo así como jugar con fuego… El convento fue el refugio de su secreto, un espacio de libertad suficiente para crecer como persona culta y creyente. Salvo excepciones, los hombres que la rodean, por importantes que sean, son insignificantes. Llama la atención la sabiduría de Hildegarda, tanto en el gobierno de su convento cuanto en el conocimiento del alma humana.
La sabiduría alcanza a cosas tan sencillas como el conocimiento de las plantas y sus valores medicinales, la pasión por los libros y la buena música. Tanta sabiduría suponía un permanente ejercicio de contestación rayano en lo subversivo. De esconder sus visiones pasará a defenderlas con coherencia. Llaga un momento en el que la Luz no puede ocultarse. Hildegarda dirá algo maravilloso: “soy como una pluma confiada al viento de la confianza en Dios”. Bueno sería que todos cultiváramos esa confianza en Él y en nosotros mismos.