¡Cuidado con el sismo de 8 grados!

Los ecuatorianos tenemos el sismógrafo aguzado solo cuando se trata de fenómenos como el de abril del 2016, que afectó sobre todo a Manabí y a Esmeraldas, pero ni siquiera captamos otros fenómenos más profundos, más graves, aunque estén ocurriendo en este mismo instante y frente a nuestros propios ojos.

Definitivamente, nos resulta más fácil reaccionar y ser solidarios frente a remezones que dejan destrucción cuantificable, muertos, heridos y daños que todavía no se han reparado del todo pese a que han pasado más de tres años. Ya nos olvidamos de hacer prevención, de hacer el catastro nacional de riesgos, de elevar las exigencias para la construcción.

Pero ese olvido y esa negligencia colectivos son nada comparados con la ceguera que nos invade frente a sismos como el de hace pocos días, cuando un país que se preciaba de sus revoluciones incruentas volvió a constatar que hay un sector relegado, hoy dirigido por unos personajes que juegan al poder desde la amenaza y desde una visión etnocentrista.

Y no se trata del primer sismo. Hay una falla que nos atraviesa desde hace siglos y, aunque parezca mentira, a diferencia de las aberturas y hendiduras que nos distinguen como país telúrico, habría sido más fácil de detectar y de reparar, para ser una verdadera nación.

Si no fuésemos herederos orgullosos de esa ceguera (H.G. Wells nos inmortalizó así en su célebre cuento ‘El país de los ciegos’), desde hace mucho nos habríamos dado cuenta de que, si hubiésemos construido una sociedad justa, no tendríamos que lidiar cada cierto tiempo con líderes que expresan la frustración y la furia como un volcán que se destapa y en cuyo magma pueden montarse los interesados en la política de tierra arrasada.

Los cándidos políticos y economistas que nos gobiernan son parte de esa sociedad de ciegos y ni siquiera previeron lo que pasaba bajo tierra. Pero los sismógrafos también les fallan a los empresarios que no quieren comprometerse con un país más equitativo que cree oportunidades.

Nos fallan a la sociedad entera, porque no entendemos que mientras más se postergue la deuda social más expuestos estaremos a estos agrietamientos.

Pese a ser tan grave, es un problema de simple matemática: mientras más nos tardemos en crear una sociedad sostenible más riesgos correremos y más caras serán las consecuencias. Si fuésemos sensatos, no tendríamos que dejar que economistas trasnochados nos restrieguen en los ojos un plan económico revanchista como el de la Conaie o que se pretenda crear naciones dentro de una nación.

El del 16 de abril del 2016 tuvo una magnitud de 7,8 grados. Los de octubre de 2019 pasaron largamente de los 8 grados, pero seguimos paralizados, sobreviviendo entre sus réplicas como si nada hubiese ocurrido, a lo mucho con miedo o con ánimo de defendernos en una próxima vez, pero sin ganas de cambiar.

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