Mi tía Talida decía que cuando los ojos se inyectan en sangre se vuelven ciegos. Es el preludio de una violencia difícil de controlar que acaba emponzoñándolo todo. Es algo aplicable a la realidad personal y al medio social en el que nos toca vivir. La violencia va de la mano con la impunidad y ambas son buenas amigas que, juntas, hacen excelentes negocios. Mientras no las separemos, la realidad que nos envuelve seguirá siendo altamente tóxica.
Siento una emoción particular cuando en el rezo de la Salve repito las palabras: “A ti suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas”. Más de uno, mecido por La brisa del dulce bienestar, habrá pensado que se trata de una triste, arcaica y dramática oración. Y, sin embargo, tiene una rabiosa actualidad: valle de lágrimas, valle de muerte, valle de impunidad,… Demasiada sangre (la sangre derramada siempre es demasiada), demasiado dolor e indignación ante el espectáculo de los delitos contra la vida, asesinatos y sicariato, narcotráfico, delincuencia organizada, femicidios, asaltos y robos y balas perdidas (¿perdidas?) mientras saboreas un cornetto en la heladería. Tienen doce años, a veces son bebés, pero les llaman “víctimas colaterales”. Así andamos. Y me temo que, con estado de excepción o sin él, así seguiremos durante mucho tiempo. Los asesinos andan sueltos y, en la cárcel o fuera de ella, siguen haciendo lo mismo. La muerte manda. Triste es que la cultura de la impunidad se generalice, a pesar del clamor por la justicia. Será difícil arrebatar del corazón de la gente la sensación de inseguridad que a todos nos corroe y, al mismo tiempo, la desconfianza creciente hacia las instituciones del Estado.
El Índice Global de Impunidad (IGI 2020) sitúa al Ecuador en el rango de impunidad alto, siendo el rubro peor evaluado el sistema de justicia. Lo triste es que todo se mezcla como en las películas de terror: las falencias en seguridad, en justicia y en derechos humanos. El gobierno tiene por delante (y por detrás y por los flancos de la vida social) una imponente tarea que no podrá solucionarse sólo con represión: juicios justos y rápidos, control de las cárceles, oportunidades de trabajo, formación y pasión por la ética son elementos ineludibles. Este no es el momento de la desesperación, sino de la valentía; no es el momento de callar, sino de defender un proyecto de país que se hace inviable en medio de tanta violencia. Contra la marea de asesinatos y saqueos demos testimonio de la verdad y de la vida. El silencio mata y, casi sin darnos cuenta, nos acaba convirtiendo en cómplices.
Cuando recen la Salve pongan especial énfasis en el valle de lágrimas. Y repítanse a sí mismos y a sus hijos que no es este el Ecuador que queremos y oren para que Dios acaricie a este bendito país de gente buena y sufrida que no merece ver cómo se ahogan en sangre sus ilusiones y sus sueños.