Eso dice el villancico, aunque no sé si será verdad para todos. Hoy es un buen día, al amparo de la Noche Buena y de la Navidad, para ir al fondo, al interior del corazón, allí donde se cuecen, se pudren o reviven nuestras esperanzas mayores y puede que mejores. También el lenguaje se globaliza y entra a formar parte de nuestra rutina. “Feliz Navidad” se ha vuelto para muchos la expresión de un deseo difuso de bienestar que, al final, no se concreta en nada. Cumplimos los rituales del caso: cena, regalos y buena cara y, según apagamos las luces y quitamos las guirnaldas, … a otra cosa, mariposa. Yo sigo en lo mismo, en la resistencia frente a un mundo cargado de contradicciones y de pesares, atento a la luz que Jesús de Nazaret sembró y sigue sembrando en el corazón de este mundo y de esta historia todavía por construir y liberar. Cara y cruz.
Por un lado, está el rostro de un Dios Vivo que se hace carne de nuestra carne y nos recuerda su amor y su ternura. Ninguna catedral, sinagoga o mezquita, ninguna ideología o proyecto político, ningún egoísmo personal o interés de clase, de raza o de poder, podrán sobreponerse al latido de la compasión, del hambre de justicia y de paz. No nos creamos los cristianos que, por serlo, ya estamos salvados, en el canasto de los peces gordos. No. En la tarde de la vida, como a todos, nos juzgarán sobre el amor. Quien salva la cara del hombre, su rostro humano y su dignidad es aquel que da su vida por amor y, de su mano, todos los hombres y mujeres que cuidan a los pequeños del mundo, sean cristianos o no los que cuidan y los que reciben el cuidado.
Y, por otro lado, está la sombra de las cruces que no redimen a nadie: el hambre, el abuso, la soledad abandonada, los amores rotos, la falta de oportunidades, las difamaciones tóxicas, los abusos de poder, la corrupción, la escasez de las vacunas en el tercer mundo y en el quinto pino, el aire enrarecido y dejado a su suerte en París, en Glasgow o en cualquier parte de mundo, cuando los micrófonos se cierran y sólo queda la foto de familia.
No se olviden que el pequeño Niño (pesebre, novena y luces) será el Crucificado. Celebrar la Navidad está bien. Están bien los recuerdos que se agolpan dentro y, como el repique de la campana grande del Ieronimus de Salamanca, despiertan por un momento los sentimientos mejores. Pero no es garantía de mucho. Importa el compromiso de la vida, el camino liberador, ético o creyente, que cada uno va haciendo cargando cruces y encendiendo luces. Este es mi deseo: que no se apague la esperanza, que las energías renovables nos den luz y calor, pero, sobre todo, un profundo deseo de ser humanos y de construir un mundo mejor, en el que nadie tenga que renunciar a su sangre, a su tierra, a su cultura, a su dignidad o a su Dios.
Les deseo a todos una Feliz Navidad. No apaguen las luces. Déjenlas encendidas todo el año.