Brasil, críticas al Mundial

Aunque parezca paradójico, es en Brasil, el país más futbolero del mundo, donde se han levantado voces indignadas y violentas protestas contra la realización del Mundial. Las críticas han llegado desde los más diversos ámbitos de la vida nacional brasileña -hasta el exjugador e ídolo Ronaldo se manifestó “decepcionado” por los retrasos en las obras, pero pueden resumirse en un reclamo generalizado de austeridad y transparencia a los gobernantes, que sobrevuela toda la región.

A tal punto arreciaron las críticas en los días previos al comienzo del campeonato y se generalizó el descontento en muchos sectores que la propia presidenta, Dilma Rousseff, se vio obligada a defender los créditos otorgados por bancos estatales para la construcción de los nuevos estadios, además de recalcar que los brasileños que planean boicotear el encuentro son “una pequeña minoría”. Sin embargo, paralelamente, tuvo que otorgar un aumento salarial del 15,8% a la Policía federal -que había amenazado con realizar un paro durante el evento-, para resolver un panorama de seguridad cada vez más complicado, con protestas anunciadas y promesas de huelgas de diversos sectores, incluido el transporte público.
El Mundial se ha transformado en una excusa para que una buena parte de los brasileños muestre su indignación por el momento económico que atraviesa su país con el alza de los precios y la desfinanciación de servicios públicos, incluidas la salud y la educación, que también se les achaca a las enormes inversiones que requirió el Mundial y los Juegos Olímpicos, en 2016.
Unos y otros tienen parte de razón. Es cierto, como dice Rousseff, que el aumento de ingresos en Brasil generó nuevos desafíos, que los servicios crecieron menos que esos ingresos y que la nueva clase media ampliada brasileña tiene “más deseos, más anhelos y más demandas”. 
Pero tienen parte de razón quienes protestan contra las inversiones hechas con vistas al Mundial, consideradas por muchos un despilfarro sin una clara rendición de cuentas. Aunque para el Gobierno el dinero invertido puede desdoblarse en un 85% destinado a obras de infraestructura y sólo el 15% restante, a la construcción o reacondicionamiento de estadios, otras cuentas pueden hacerse. Hubo una inversión proyectada de USD 6 000 millones, pero al día de hoy otras estimaciones alcanzan los 15 000 millones.
El costo que para el Estado ha tenido la construcción y la modernización de los 12 estadios alcanza una suma escalofriante: USD 3 459 millones. El nuevo estadio de Brasilia representó una inversión mínima de USD 603 millones , y las refacciones en el histórico Maracaná, de Río de Janeiro, no le han ido en zaga: llegarían a los 452 millones.
Esos datos explican las protestas, 
No extraña que, de acuerdo con una reciente encuesta del Pew Research Center, el 61% de brasileños sostenga que ser anfitriones del Mundial es algo negativo para el país.

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