En la mañana del 26 de julio de 1996, antes del desayuno, recibí una llamada telefónica de Quito. Me encontraba, con mi esposa Tere Carrión, en un hotel de Nueva York. La voz amiga de la periodista Martha Córdova, editora de deportes de El Comercio, dijo con mucha emoción ¿Qué le parece, Jorgito? ¿Qué me parece qué? ¿No sabe? No. Pues, Jefferson Pérez ganó la medalla de oro en Atlanta y en forma brillante. ¿Cierto, Martha? Sí. Impuso 1 hora 20 minutos 7 segundos y van a tocar el himno. Pero…
¿Pero qué, Martha? Pero… no mandamos un periodista. El candidato a una medalla era Rolando Vera. Jefferson había fracasado cuatro años antes en la Olimpiada de Barcelona. Hace cuatro minutos estuvo brillante. Fantástico, Martha ¿y…? Su familia me dio este número telefónico y, como editora de la sección deportiva, le pido que viaje lo más pronto, de inmediato, a Atlanta y entreviste a Jefferson Pérez. Por favor…
Habíamos viajado con Tere a Nueva York para celebrar mis 40 años de periodismo y también porque una empresa aérea ofrecía un descuento en los pasajes para quienes fueran, en un escenario neoyorquino, a un singular concierto de Plácido Domingo, Luciano Pavarotti y José Carreras. Era un atractivo y lo aprovechamos. Clase A.
En el aeropuerto -rumbo a Atlanta, pese a las dudas de Tere- nos cobraron 700 dólares por ida y vuelta y en dos horas, cerca del mediodía estuvimos en la hermosa ciudad del estado de Georgia, con su medio millón de habitantes.
Fuimos a la Villa Olímpica y no encontramos ni un rastro del gran Jefferson. Nos alojamos en el hotel Howard Johnson y al día siguiente nos conectamos con un personaje importante en la trayectoria y el triunfo del gran atleta morlaco. El entrenador colombiano Enrique Peña nos dio una mala noticia. “Jefferson se fue pronto a Nueva York, con un hermano que vive allá y vino para alentarlo. Siento mucho”. Peña se hizo cargo de Jefferson Pérez después del fracaso de Barcelona, cuando el Comité Olímpico buscó un buen técnico para que lo preparara seriamente, tomando en cuenta que se trataba de un deportista prometedor, que había obtenido ya varios triunfos en la categoría juvenil y en algunas pruebas internacionales hasta que en 1992 abandonó una competencia olímpica.
“La marcha de 20 kilómetros fue muy interesante y dura. Varios de los competidores se alternaron en la punta y siempre fueron alcanzados por Jefferson hasta que tomó la delantera y no la abandonó hasta cuando llegó feliz a la meta. La interpretación del himno del Ecuador fue realmente inolvidable. Igual cuando el presidente del Comité Olímpico Ecuatoriano, Agustín Arroyo Yerovi, le entregó la medalla de oro”, nos contó Peña, feliz.
Vimos varios eventos de los Juegos Olímpicos realizados en la ciudad de la Coca Cola y la NBA. Volvimos a Nueva York y allí encontramos al presidente electo Abdalá Bucaram, quien había sido invitado a un desfile de ecuatorianos. Balance: tenores y Olimpiadas. Buenas vacaciones.