Cuando, como sucede siempre, surgen diferencias entre sectores de una sociedad, cada uno de esos sectores puede llegar a ser dominado por una tendencia más bien moderada, o por una más extremista, con frecuencia descrita como aquella de los ‘halcones’.
Los halcones son dogmáticos: para ellos hay solo una manera ‘correcta’ de pensar y de actuar. Los halcones son intolerantes hacia el ‘otro’ cuyas creencias son distintas de los dogmas religiosos, ideológicos, políticos o sociales que los halcones defienden.
Los halcones ven a ese ‘otro’ como inferior. Lo deshumanizan, satanizan y desprecian, distorsionan sus ideas, le atribuyen mala fe e intenciones nefastas, lo excluyen del diálogo y le mezquinan los derechos humanos y ciudadanos esenciales de opinar, cuestionar, discrepar, participar en el quehacer social y político y, en el extremo, de vivir.
Al contrario, los moderados parten de la idea, para ellos evidente, de que hay varias posibles creencias legítimas, en lo religioso, lo ideológico, lo social o lo político. Puede que tengan una profunda fe religiosa, pero aceptan y respetan el que otros se adhieran a una fe diferente o a ninguna. Puede que sean fieles, y vivan dedicados a sus parejas y a sus familias, pero aceptan que pueden haber matrimonios fracasados, y no por ello desprecian o excluyen de sus afectos a los amigos divorciados. Los moderados aceptan al exsacerdote y al homosexual, y mantienen amable diálogo con el amigo que pertenece a otro partido político.
Los moderados son humildes: perdonan transgresiones y están dispuestos a pedir perdón cuando han ofendido o lastimado.
Hay momentos en la vida de toda sociedad en los que se hace necesario que sus miembros escojan entre ser halcones o ser moderados. Los alemanes enfrentaron este desafío en la década de 1930, frente al extremismo nazi. El mundo islámico lo enfrenta en este momento, y la trágica evidencia sugiere que son los halcones –Al Qaeda, el Estado Islámico– los que están triunfando.
En nuestra América Latina contemporánea -Ecuador, en Venezuela, en Argentina, en Bolivia, nuevamente en Chile- estamos frente al mismo desafío. Los de todos los lados de las divisiones ideológicas, políticas y sociales tenemos que escoger. O nos unimos a los halcones, que no reconocen nada bueno en el otro, lo denuestan, lo odian, quieren hacerle daño, quieren que se vaya, quieren destruirlo, o nos unimos a quienes reconocemos legitimidad en el otro y le tendemos una mano amable, abiertos a respetarnos mutuamente, a identificar todo lo que nos une y nos convoca conjuntamente, y a construir ciertos consensos básicos que hagan vivibles nuestras diferencias.
Debemos escoger entre dejar que nuestras diferencias nos lleven a la destrucción mutua o trabajar en conjunto para construir sociedades mejores.