Las noticias sobre nuevos avances tecnológicos orientados a mejorar la seguridad en el tránsito vehicular siempre son motivo de satisfacción para todos quienes utilizamos un automóvil para movilizarnos diariamente. La idea de reducir los índices de accidentes, que en nuestro país son muy altos y se cuentan entre las principales causas de muerte, resulta muy alentadora.
No obstante, el hecho de que aparatos ‘inteligentes’ cumplan parcialmente el trabajo que debería hacer cada conductor debería motivar serias reflexiones sobre la manera como actuamos cada vez que estamos detrás del volante.
Así como en su momento los frenos antibloqueo o los airbags ayudaron a evitar colisiones (en el primer caso) o atenuaron sus consecuencias (en el segundo), los ahora exclusivos dispositivos de alerta de cambio de carril, de proximidad de objetos, etc., empezarán a incorporarse en otros segmentos.
Pero el tener un ‘smart car’ no quiere decir que el conductor pueda relajarse en su asiento y dedicarse a hablar por celular, a enviar y recibir mensajes de texto o a cumplir cualquier actividad ajena a la que debería concentrar su atención. Si eso sucediera, el remedio podría ser peor que la enfermedad.