El pasado 30 de julio, la automovilística estadounidense Ford celebró los 150 años de nacimiento de su fundador, el insigne industrial y empresario Henry Ford.
Para ello organizó actos conmemorativos que involucraron a sus filiales en diferentes partes del mundo: cinco rallies de carretera en Alemania, la develación de una estatua de Ford en el Reino Unido y varios eventos comunitarios en Rumania, entre otros.
Pero el legado de Ford no solo tuvo relevancia para la firma que constituyó sino también para la industria automovilística en su conjunto, pues sus ideas empresariales revolucionaron la incipiente producción de vehículos motorizados de inicios del siglo XX.
La introducción de la cadena de montaje en 1913 para la fabricación del legendario modelo T marcó un hito en la industria, pues redujo el tiempo de producción de cada ejemplar a 1,5 horas frente a las 12,5 que tardaba cuando el proceso era totalmente artesanal.
Durante los primeros cinco años, las unidades del Ford T se producían individualmente en talleres, con las consecuentes limitaciones que ese método representaba para aumentar la capacidad productiva.
No obstante, se le ocurrió adaptar a su actividad una técnica que había visto en los mataderos de reses de Chicago. Esta consistía en hacer que cada operación consistiera en una sucesión de tareas mecánicas y repetitivas que cualquier operario estuviera en capacidad de cumplir, luego de recibir la correspondiente inducción.
Esto tuvo una incidencia directa en la economía estadounidense, que en pocos años pasó de un modelo de producción agrario rural a un sistema altamente industrializado centrado en las urbes.
Para 1914, Ford adoptó una política empresarial que a la postre impulsaría la consolidación de la clase media estadounidense: la fijación del salario mínimo de cinco dólares por una jornada laboral de ocho horas diarias.
En aquel tiempo, los obreros de las fábricas recibían un promedio de 2,34 dólares como remuneración diaria por jornadas de nueve horas, es decir, menos de la mitad de lo que pagaba Ford.
Su intención era que los propios empleados de su compañía estuviesen en capacidad de adquirir un Ford T que, a su vez, cada año bajaba de precio considerablemente gracias a las permanentes innovaciones que se hacían en los procesos productivos.
El éxito de este modelo de gestión posibilitó la fabricación de 15 millones de unidades del Ford T entre 1908 y 1927, cifra que solo pudo ser superada 45 años después por el Volkswagen Escarabajo.
En 1927, Ford puso en práctica otra idea empresarial revolucionaria: la integración vertical de la producción, que consistía en controlar todo el proceso, desde la extracción del hierro hasta su transformación en autos, lo cual le permitió reducir los costos.
“Las bases que sentó mi bisabuelo, especialmente en materia de innovación, siguen inspirando nuestro compromiso por un negocio fuerte, productos excelentes y un mundo mejor”, dijo hace poco Bill Ford, actual presidente ejecutivo de la compañía.
Hoy en día, el espíritu del fundador se refleja en una gama de vehículos muy diversa y en la constante búsqueda de la excelencia.
Fuentes: autobild.es y lavanguardia.com