Por el hecho de haber pasado por una o varias manos, un auto usado siempre amerita una evaluación mecánica previa a la compra, para conocer su estado general y particularmente el de ciertos componentes y sistemas considerados sensibles.
Un vendedor honesto, que confíe plenamente en las cualidades del vehículo que ofrece, no tendrá ningún problema en que el potencial comprador lo haga revisar por un técnico de su confianza, o lo lleve a un taller donde puedan hacerle un diagnóstico completo.
Por lo general, todo vehículo de segunda mano recién comprado requiere algún mantenimiento, por básico que sea, pero lo ideal es que los gastos posteriores en los que el comprador deba incurrir se enmarquen en parámetros razonables.
Esto quiere decir que el vehículo que se compre debe estar en las mejores condiciones mecánicas posibles, para garantizar una inversión segura.
Un técnico revisará el estado del motor (encendido, bujías, posibles fugas de aceite, etc.), de la suspensión (amortiguadores y resortes), de la caja de cambios (sincronización de las marchas, engranajes, ruidos) y de la dirección (juego en el volante, ángulos de giro, ruidos, etc.), en busca de posibles defectos de consideración que pudieran condicionar la compra, o reducir el precio de la negociación.
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En todo caso, la mayoría de daños en esos sistemas pueden arreglarse aunque el costo sea elevado. Pero el elemento verdaderamente crítico es la estructura del vehículo.
Un chasís roto o soldado o un compacto doblado es señal de un choque fuerte o talvez hasta de un volcamiento. Defectos de ese tipo llegan a comprometer el comportamiento dinámico del vehículo, por lo cual es preferible descartar una opción así y buscar otras.