El trágico terremoto de Manabí, sucedido hace una semana, puso a prueba la capacidad de reacción del país frente a un desastre natural difícilmente previsible. Y es que a diferencia del proceso eruptivo de un volcán, que puede advertirse por un aumento de la actividad freática y permite la toma de medidas para afrontar la contingencia, los sismos suelen ser eventos súbitos durante los cuales poco o nada se puede hacer.
De ahí la considerable y creciente cantidad de fallecidos, heridos, desaparecidos y damnificados que dejó el que fue el mayor desastre natural que ha debido soportar el país en décadas.
Pero más allá de la irremediable pérdida de vidas y la lamentable destrucción de infraestructuras en varias poblaciones costeras, principalmente, cabe destacar el espíritu solidario demostrado por ecuatorianos y extranjeros, quienes colaboraron y continúan colaborando de distintas maneras para socorrer a las víctimas del siniestro.
Tanto quienes se desplazaron hacia las zonas más afectadas, como quienes realizaron y / o coordinaron donaciones desde otros sitios, merecen un reconocimiento y un profundo agradecimiento, que se los hacemos llegar desde este espacio.