Viejo proverbio que escuchamos de boca de nuestros viejos maestros, de nuestros abuelos y de nuestros padres, para significar con la sabiduría propia de la experiencia, que los males no son eternos, que son pasajeros y que siempre traen consigo enseñanzas para la humanidad. Cuando esta conmoción mundial causada por un microscópico virus llegue a su término, podremos reflexionar con cierta tranquilidad, hacer un balance final y entonces nos plantearemos algunos cuestionamientos como los siguientes: ¿nos habrá dejado este corona virus alguna enseñanza que la podamos aplicar en el futuro?, ¿será que de aquí en adelante habremos aprendido a ser disciplinados en nuestras cotidianas actividades?, ¿tal vez quedarán en nuestra retentiva las buenas costumbres de aseo personal ? ¿tal vez habremos ganado en el respeto hacia la naturaleza?, ¿tal vez no olvidaremos que la fragilidad y el equilibrio de esa naturaleza es responsabilidad del tercero, del segundo y del primer mundo? O tal vez, ¿transcurridos algunos meses, olvidaremos estas advertencias y nos entregaremos nuevamente a la tranquila y despreocupada rutina de nuestras vidas?
Debería ser el tiempo para que todos reflexionemos y para que nuestras autoridades sanitarias y de educación no dejen pasar la oportunidad para sembrar en la conciencia de los niños, jóvenes y adultos la observancia de las buenas costumbres mediante programas de adoctrinamiento teórico y práctico y a no olvidar que la fortaleza ganada luego de esta costosísima lid, podría perderse con extrema facilidad si no aprendemos de estas lecciones de la historia.