Ante el artículo publicado por el señor Fabián Corral bajo el título de “Monotemáticos” debo hacer algunas precisiones. El editorialista sugiere que el Gobierno Nacional ha desplegado un “poder absoluto, intensivo y expansivo”. Falso. Lo único que ha hecho la Revolución Ciudadana -a través de sus logros- es situar nuevamente la política en la vida cotidiana de la gente. Para disentir o para sumarse al proceso. En muchos años no se había visto una participación tan activa de la ciudadanía en el debate público. Y, desde luego, no es lo mismo conversar sobre “el poder” (concepto complejo, abstracto, ambiguo y, en este caso, peyorativo) que dialogar sobre la vida política en un sentido amplio y diverso. Corral mezcla ambos para sostener una posición no sólo elitista, sino también maniquea en torno a una libertad (que él identifica con la ignorancia ciudadana de la cosa pública) y el control (que él percibe como resultado de tener información a mano). Así, Corral incurre en un vicio frecuente en ciertos intelectuales: menospreciar lo que no encaja en su visión del mundo.
¿Los intelectuales se esterilizan en una sociedad más informada? ¿Preferimos acaso una sociedad sin historia, que clausura toda clase de vida política? Nuestra realidad no ha sido -por múltiples circunstancias- equiparable a la vivida en los países desarrollados. La idea de la democracia liberal burguesa no sirve para explicar y medir la realidad del Ecuador: la idea de una democracia meramente electoral no sirve cuando hay niños con hambre. Además, las insólitas comparaciones de una democracia -corno la ecuatoriana- con el régimen de Corea del Norte revelan la perversa intención de agrupar y asimilar como similares -e incluso idénticos- a proyectos políticos e históricos muy diferentes.
Ese ejercicio parte de una voluntad para confundir a la gente y orillar a la opinión pública a escandalizarse ante cualquier muestra de autoridad y orden público.
La impresión que da el artículo de Corral es que el editorialista prefiere el caso al orden, el irrespeto al respeto, la ignorancia a la información. Se trata de la suposición mayor: la política es mala. Las disputas son malas y es mejor tener un gobierno silencioso que nada diga sobre lo que hace.
La posición del gobierno es sólo una más de todas las posibles, un eslabón de una realidad política mucho más amplia: el derecho al disenso existe en el marco de un ejercicio honesto de la comunicación. La ciudadanía opina sobre lo que sucede y está en capacidad de construir una opinión propia sobre el mundo y sobre los acontecimientos políticos del país. Las democracias sólo tienen sentido cuando la gente sencilla participa informadamente de ella. Así, cualquier decisión de los ciudadanos en procesos electorales tendrá los datos suficientes para elegir de acuerdo a sus expectativas sobre el mundo.
Y sucede que la ciudadanía -cada vez mejor informada y “empapada” sobre los acontecimientos- ha respaldado al Gobierno de la Revolución Ciudadana. Podría -y ese “podría” es fundamental en las democracias- haber escogido otra alternativa. Pero eligió la propuesta porque el economista Rafael Correa ha demostrado un trabajo sostenido y coherente con sus principios. Y la gente lo sabe.