Nuestro país a lo largo de 100 años no ha logrado exhibir un Premio Nobel de literatura, mientras en Colombia, Gabriel García Márquez; en Perú, Mario Vargas Llosa; en Chile, Gabriela Mistral y Pablo Neruda; y en Guatemala, Miguel Ángel Asturias, fueron reconocidos con esa presea mundial, y en Argentina fueron cumbres Jorge Luis Borges y Julio Cortázar.
Albert Camus, filósofo y escritor francés, afirmó que no es difícil obtener éxito, lo difícil es merecerlo, y el español Pío Baroja decía que el éxito solo puede conseguirse adulando al público o mintiendo. Nuestra Patria contempló absorta seis triunfos, pero después de la consulta de mayo del 2011, que raspó el éxito junto al descenso progresivo a lo largo del 2012, y para entenderlos nos iluminan esas ideas de Camus y Baroja, que junto a lo que decía Víctor Hugo: “El éxito es una cosa bastante repugnante, pues su falsa semejanza con el mérito engaña a los hombres”, porque demuestran que esos procesos triunfales se evaporaron en el genio totalitario que ejerce el poder y sus cofrades, en el turno sucesivo de la gestión pública silenciosa ante frecuentes denuncias de corrupción que caen a los sótanos.
Hace siete años germinó el tercer populismo, veamos sus antecedentes. Las fértiles doctrinas republicanas del siglo XIX se hicieron partidos: 1923, liberal, 1925 conservador y 1926, socialista.
Transcurría 1848 en Europa y apareció la primera ideología política que, difundida en muchos países, alcanzó una categoría deslumbrante porque ofrecía cambiar la base capitalista de las sociedades por otra que elimine la contradicción dialéctica de explotadores -dueños de los medios de producción- y proletarios -dueños de la fuerza de trabajo-. Recogida y asimilada esa ideología por Lenin logró el triunfo de su partido de masas que asumió el poder en un país feudal, esto es, que no tenía una base social proletaria. Al eliminar la propiedad privada de esos medios explotadores, continuó con la tierra, y absorbió el Estado el control total. Mató la iniciativa particular y toda opinión contraria no podía expresarse. Desde aquella “revolución rusa” exportada al mundo se simplificó su ubicación política, quienes seguían ese camino situaban sus pasos en la izquierda, mientras que los contrarios ocupaban el espacio del statu quo o la derecha, y los indecisos quedaban al centro. Era la forma si
Ese fue el título del ‘Manifiesto del Partido Comunista’ cuya 1ª edición circuló en febrero de 1848 en alemán y luego en inglés, para en el transcurso de tres décadas ser difundido en otros idiomas europeos como el polaco, francés, italiano, húngaro, checo y ruso. Dicho Manifiesto no surgió como inspiración de mentes humanas geniales, sino que fue fruto de 30 años de analizar la nueva economía capitalista que reemplazó a las formas feudales de producción. Los socialistas utópicos Saint Simon, Fourier, Proudom y Owen, delinearon sociedades para trabajo comunitario y el alemán Carlos Marx junto al inglés Federico Engels en base a otras vertientes del conocimiento: filosofía, historia, economía, religión y de la incipiente sociología, escribieron libros individuales y de autoría conjunta para erigir una columna del pensamiento político que se llamó ideología comunista en base a la cual el Estado abolía la propiedad privada de los medios de producción. Había que hacer la revolución a travé
El sometimiento de la sociedad ecuatoriana a vivir en el espejismo revolucionario del gobierno correísta, ha culminado en la inanición política. Si bien el último evento electoral de mayo-2011 desarticuló el triunfalismo por las mínimas fracciones con las cuales ganó el Sí, cumplió el máximo objetivo que tuvo esa consulta: destruir el principio de la separación de poderes al suprimir la independencia de la justicia.