¡Imagínense un año de 12 meses, 52 semanas o 365 días que en tan poco tiempo envejece! Esta metáfora, que tiene una raíz cultural de indudable valor psicológico, ético y estético, se sumerge en el historial humano, familiar e institucional representado simbólicamente en un monigote que debe ser, irremediablemente, quemado. Reacciones frente a este hecho y su contexto lúdico y social.
Disfraces de viudas y payasos para despedir el año viejo. Foto: Archivo / EL COMERCIO
El fin de año tiene una dimensión especial desde el punto de vista humano, porque –según nuestras costumbres- ‘morimos’ al calor de las llamaradas del año viejo que, en el ambiente ecuatoriano, es quemado literalmente entre adioses y abrazos de despedida.
El discurso recurrente interpreta la quema del año viejo como una actitud frente a un tiempo que termina. Representa la finitud y la necesidad de eliminar con el fuego aquello que, supuestamente, es la antítesis de la felicidad: el odio, la injusticia, el desamor, la indiferencia, la codicia, la envidia y el egoísmo que deben inmolarse en aras de una esperanza que renace.
Fiesta purificadora
El año viejo es una fiesta pagana, y como tal es un juego, en los términos usados por Johan Huizinga, en el ‘Homo ludens’. En este sentido, el fuego que ‘mata’ el año viejo es de origen cosmogónico y como núcleo primario de la vida humana tiene un carácter universal e irreductible, que supone rituales con significados simbólicos.
El fuego, en esta perspectiva, es la misma vida fertilizada, templada, madurada o destruida por diferentes tipos de calor, que desde tiempos remotos fue considerado como una divinidad conocida como espíritu vivificante de las aguas y las plantas, que se inmola a sí mismo y genera el hogar que fecunda o el altar donde la luz devora y purifica. En esencia, el fuego forma parte de los mitos de nuestra cultura andina que se hallan yuxtapuestos a los que trajo la colonia. Y significa –simbólicamente- los temores y esperanzas de una naturaleza que cambia y debe cambiar.
Personajes y escenarios
Sus personajes clásicos son, en primer lugar, el propio año viejo –un monigote confeccionado de aserrín o papel-; las locas viudas –personas vestidas de negro que lloran la partida del ‘finado’, cuya imagen tradicional se desfiguró, con la intervención de personas diferentes y con ánimo de lucro-; y las loas que en forma de versos –en serio y broma- constituyen el testamento que expresa los pasivos y los activos, el debe y el haber del año que termina.
La quema del año viejo es, por lo dicho, una catarsis del pueblo –especialmente frente el poder- y se considera una muestra de liberación de sus energías internas, necesarias para perfeccionar el más complejo de sus juegos: su misma vida.
El humor y el poder
Durante la quema bulliciosa del monigote, entre chispas y camaretas, saltos, sonrisas y no pocas lágrimas, abrazos y copas de licor, el primero de enero ‘nacía’, mientras una emisora quiteña – Radio Tarqui– perifoneaba, entre gritos y lamentos, los minutos y segundos de esta singular cuenta regresiva, y sonaban las campañas de las iglesias, la música del año viejo, cinco para las doce, la víspera de año nuevo, entre otras, y algunas personas salían en precipitada carrera con maletas en mano en busca del ansiado viaje, otras se atragantaban de uvas, y no pocas enseñaban sin rubor la ropa interior amarilla…
Pero eso era ayer. Ahora la fiesta del año viejo es una avenida con muñecos de espumaflex y leyendas autocensuradas, pues el poder se ha encargado de censurar el humor. En consecuencia, los ‘viejos’ ya no hacen reír sino llorar. Otras razones son que el asfalto se daña con el fuego, las camaretas son peligrosas y pocos se atreven a redactar testamentos, mientras las ‘viudas’ interfieren el tráfico, no recitan versos, solicitan dinero y más bien enseñan sus cuerpos pintados que delatan otros intereses, lo que hace presumir que en el futuro la quema de año viejo será virtual, sin la menor duda.
En todo caso, las lecciones del año viejo están allí. Etapa vivida es etapa superada, dice el aforismo. Y ahora tenemos un nuevo año a las puertas: una nueva oportunidad para vivir y ayudar a vivir a nuestros congéneres. ¡Y gracias por esta catarsis silenciosa!