Por: Gisela Silva González, psicóloga de Médicos Sin Fronteras (MSF).
En una clínica de la Franja de Gaza conocí a la madre de Nour, una bebé de 9 meses que dormía tranquilamente en los brazos de su madre. Ella no sabía que, desde octubre del 2023, su mamá se levantaba todas las mañanas a las 05:00 para buscar agua, tampoco que todos los días su padre buscaba materiales como telas, madera y plástico para mejorar el suelo en el que duermen desde que fueron desplazados del norte de Gaza. Nour no sabía que nació justo cuando empezó la guerra, cuando sus padres perdieron la casa, a sus seres queridos y el lugar al que solían llamar hogar. Tomaron lo necesario, aunque después de tantas memorias en un sitio, ¿qué se vuelve esencial?
Para la pequeña Nour lo único que importaba eran los brazos de su madre, el calor de su corazón y que estuviese ahí para ella.
La teoría del apego nació en los años 50s y afirma que los primeros años de un niño son esenciales para crear vínculos seguros. Estos primeros vínculos de seguridad determinarán la capacidad del niño para explorar el mundo y tener un desarrollo sano. Durante los primeros años de vida, los cuidadores principales deben estar disponibles, ser coherentes y constantes para garantizar una buena salud mental del niño. Sin embargo, esta teoría también afirma que, cuando los cuidadores están sometidos a altos niveles de estrés, estos no podrán ejercer este rol de la manera adecuada porque también necesitarán que alguien los sostenga, los cuide.
Nour se despertaba, sonreía y su madre le devolvía la sonrisa. Su madre acudió al servicio de salud mental de Médicos Sin Fronteras (MSF) porque estaba muy preocupada y con una voz entre cortada lograba evocar sentimientos de angustia, tristeza. Estaba ansiosa por la incertidumbre del futuro, tenía miedo y a veces lloraba cuando alimentaba a su pequeña. Ella anhelaba continuar con la lactancia sin esas emociones y nos consultó cómo proteger a Nour de “su mala leche”.
Sin dejar de escucharla, tomé a Nour en mis brazos y comencé a jugar con ella. Le dije a la madre:
– Puedes descansar y tomar un vaso de agua, yo estaré aquí con Nour, a tu lado mientras te escucho.
Ella respondió con una sonrisa de sorpresa y nervios:
– Gracias, necesitaba descansar los brazos.
Parecería simple y evidente, pero gracias a la teoría del apego, sabía que debía atender a esta joven madre para darle fuerzas e intentar restablecer sus recursos emocionales para que ella pudiese cuidar a su bebé como deseaba.
Fue madre al principio de la guerra, pero eso no le impidió buscar ayuda y encontrar una solución para el bienestar de su hija. Este es un ejemplo sobre cómo la mayoría de padres y madres amorosos y comprometidos con el buen desarrollo de sus hijos, en una situación de alto estrés y conflicto, son lo suficientemente fuertes psíquicamente como para acudir en busca de apoyo mental y hablar a pesar de todo el caos exterior.
El efecto mariposa
Así es como funciona el efecto mariposa. Alguien en 1950 se dio cuenta de que los padres y las madres también necesitan ser cuidados, necesitan tener espacios para desarrollar seguridad y transmitirla a sus hijos. Esto de alguna manera yo lo supe al recibir en el servicio a la joven madre de Nour.
Muchas madres que acababan de dar a luz llegaban al servicio de salud mental para evocar el miedo y la soledad que sentían al experimentar su nueva maternidad en medio de una guerra. Algunas sentían culpa por no sentirse felices con el nacimiento de sus hijos, otras se preocupaban por las dificultades del día a día y por los pocos momentos que quedaban para la lactancia. Estas experiencias de dar a luz y maternar en medio de una guerra se tradujo en la apertura de un espacio de lactancia para que estas madres pudiesen tener un espacio de privacidad, descanso, sentirse cuidadas y en comunidad con otras mujeres. Este era un espacio para ayudarles a salir del aislamiento, de la profunda soledad y en donde pudiesen hablar sin sentirse juzgadas. Era, en pocas palabras, un lugar de soporte emocional tan poco evidente pero tan necesario.
Nour y su mamá necesitaban lo que la mayoría de los padres y niños necesitan ahora en este conflicto: un espacio seguro para que madres y padres palestinos puedan sostener emocionalmente a sus niños dándoles seguridad, constancia y consistencia. Ningún niño debería criarse en un campo de refugiados debido a una guerra; ningún niño debería estar alejado del cuidado y el amor de sus padres debido al alto nivel de estrés al que se enfrentan por la incertidumbre y la falta de acceso a los servicios básicos para sobrevivir.
A diferencia de otros conflictos, este es muy particular, pues el 90% de la población ha sido desplazada al menos una vez – según reportes de OCHA – y no hay señales de que la situación mejore pronto. Los niños y niñas ya no están escolarizados, no tienen espacios seguros a donde ir, ni iglesias, ni casas de vecinos o familiares, todos han sido desplazados. Muchos han tenido que volverse adultos y ayudar a sus padres y madres, aumentando el riesgo del trabajo infantil o de mendicidad. Esto genera constantes sentimientos de angustia, regresión en sus comportamientos y falta de referentes de seguridad para continuar con su desarrollo sano.
Algunos dirán que el trabajo de MSF es como una gota de agua en el mar, pero yo puedo decir que somos como el efecto mariposa. Todas estas decisiones, donaciones y formaciones en todo el mundo se juntan en este espacio, el espacio de salud mental, que dio como resultado los 45 minutos más seguros para Nour y su madre.
Incluso las pequeñas mariposas pueden crear grandes huracanes de atención ética y humana en el mundo.