Escaparate Cultural

Este es un espacio en el que se exhibirán ideas y reflexiones sobre libros, arte y series de televisión. Parafraseando a Jorge Luis Borges: Que otros se enorgullezcan por lo que han escrito, yo me enorgullezco por lo que he leído y lo que he visto Twitter: @itoflores84

Gabriel Flores

Licenciado en Comunicación Social por la U. Central del Ecuador. Máster en Literatura Hispanoamericana y Ecuatoriana por la Pontificia Universidad Católica del Ecuador. Colabora con grupo EL COMERCIO desde el 2014. Escribe para la sección Cultura e Ideas.

Feria del Libro de Quito, 13 años de tropiezos

Dicen que tropezar no es malo, lo dañino es encariñarse con la piedra. Este dicho popular calza perfecto para ver el camino que ha seguido la Feria Internacional del Libro de Quito durante las 13 ediciones que ha sido organizada por el Ministerio de Cultura y Patrimonio.

Antes de empezar con el rosario de tropiezos cabe preguntarse por qué la organización de la FIL cayó en manos del Ministerio de Cultura, cuando en los países vecinos está en manos de la cámara del libro o de alguna fundación; allí el papel de las entidades públicas es el de un auspiciante.

De entrada habría que decir que ninguna edición fue planificada con la debida antelación. El constante cambio de autoridades y la falta de presupuesto generaron que el encargado de turno organice la feria al salto y al brinco.

En el mejor de los casos, la feria siempre comenzaba a programarse con tres o cuatro meses de anticipación a la fecha de la inauguración que, claro, también era incierta y estaba sujeta a cambios.

Esa improvisación siempre estuvo latente. Recuerdo con asombro cuando una de las funcionarias de turno no dejaba de hablarme de la ‘buena’ voluntad de su equipo de trabajo, que según ella había trasnochado durante todo un fin de semana para sacar la feria a tiempo. Me pregunto si en lugar de apostar esos funcionarios ‘voluntariosos’ no habría sido mejor contar con una planificación adecuada.

El pretexto para el retraso en la organización de la feria, a más de la falta de presupuesto, siempre fue la ausencia de una sede fija. En estos 13 años la feria peregrinó por todo Quito, desde el Palacio de Cristal del Itchimbía hasta el espacio en el que ahora funciona el Museo Nacional del Ecuador; la última sede fue el Centro de Convenciones Bicentenario.

A la falta de sede hay que sumar otras ‘piedras’ en el camino de la FIL, como la ausencia de un modelo de gestión que impulse las ventas del sector editorial y la falta de un comité que se encargue de la programación académica, como sucede en cualquier feria del libro respetable. 

Y sí, la feria también se convirtió en un botín político de los últimos dos gobiernos. Solo hace falta recordar que el encargado de inaugurar una de primeras ediciones de la FIL fue el primo Pedro, el mismo que salió del país diciendo que se iba a volver y que hasta ahora no regresa.

Lo otro es el tema de la gratuidad. En las 13 ediciones nunca se cobró una entrada a la feria, con esta decisión no solo se desperdició la oportunidad de incrementar el presupuesto para contar con la presencia de más autores internacionales, sino que se envió un mensaje errado a la sociedad sobre el valor que tiene la cultura. 

El ejemplo más cercano de que las personas sí están dispuestas a pagar por entrar a una feria del libro está en la FIL de Guayaquil, que en la edición de este año convocó a más de 20 mil personas.

El derecho a la lectura es esencial, pero aquí y en cualquier parte del mundo el objetivo principal de una feria es propiciar la venta, en este caso de libros de editoriales y de librerías, que por cierto son pocas en la ciudad.

Ahora que la FIL de Quito pasará a manos de la Secretaría de Cultura del Municipio se abre una nueva oportunidad para limpiar el camino y evitar los mismos tropiezos de siempre. Sería magnífico tener una feria como la de Bogotá o Guadalajara, pero si eso no se puede, que es lo más seguro, al menos habría que evitar las improvisaciones y las ‘buenas’ voluntades