Érase una vez un equipo de puros criollos, tan temible y demoledor, que fue el único que pudo ganar tres tÃtulos consecutivos de fútbol en su paÃs, y no una, sino dos veces.
De ahà salÃan los mejores jugadores de la nación y ahà mismo desarrollaban casi toda su carrera pues era un lugar cálido y respetado, además de que el club era la base de la Selección nacional. La fanaticada se identificaba con su talento, pero también con su espÃritu marcial y su eterna promesa de jamás contratar extranjeros. Esa era su marca de identidad. Incluso se llegó a soñar con un estadio propio.
Todo cambió cuando se puso fin a su esquema de financiamiento desde la tropa y los dirigentes, uno tras otros, militares o civiles, no lograron adaptarse a la realidad ni reinventar la fuente de ingresos. Al contrario, sea por terquedad, ineptitud, falta de voluntad o una perniciosa mezcla de todo eso, el club entró en una lenta pero sostenida decadencia. La cascada de estupendos juveniles se convirtió en un rÃo seco. Los tÃtulos nunca más llegaron. Los convocados a la Tricolor eran de otros equipos. Se perdió el brillo.
Este año, la decadencia se ha convertido en vergüenza. Porque una cosa es el declive y la derrota deportiva, y otra el espectáculo de las constantes suspensiones por falta de pago, el desfile de entrenadores, las guerras de declaraciones y la invasión de la sede por delincuentes.
Todo esto es indigno de la historia de un club que era un orgullo y ahora parece destinado a convertirse en una melancólica referencia del pasado. Érase una vez un club que fue grande, pero ya no.
Llanto de los jugadores de El Nacional, tras caer 3-0 ante Emelec. Foto: señal de GolTV.